Sr. Director:
A muchos nos cuesta creer que un sacerdote católico incurra en el delito del abuso de menores, una lujuria perversa, rotundamente incompatible con la esencia de esta vocación.

 

Parece más bien que este tipo de escándalos han sido introducidos y fraguados desde fuera. En los 50s, una ex funcionaria de alto rango del Partido Comunista Americano, Bella Dodd, dio a conocer la infiltración comunista en la Iglesia: En los años 30, colocamos a mil hombres en el sacerdocio para poder destruir a la Iglesia desde dentro.

Algunos se convirtieron en arzobispos y cardenales, otros en miembros de la curia o gobernaron congregaciones religiosas. Doce años antes del Vaticano II, ella dijo: Ahora mismo ellos están en los lugares más altos de la Iglesia. Asimismo, el libro titulado: AA 1025: The Memoirs of an Anti-Apostle, Québec, Canadá, 1988, recoge las memorias de un agente comunista quien, ya sacerdote, ejerció gran influencia durante el Vaticano II, logrando la aprobación de documentos ambiguos del Concilio. Él murió en un hospital y la enfermera Marie Carre, descubrió sus memorias en su maletín y decidió publicarlas para dar a conocer el porqué de los cambios destructivos operados en la Iglesia Católica. En el libro puede leerse: Para debilitar la noción de la 'Verdadera Presencia' de Cristo (en la Eucaristía), se eliminará su reconocimiento: vestimentas bordadas costosas, música sacra, no más persignarse ni genuflexiones...  Los fieles deberán dejar de arrodillarse, y sobre todo cuando reciban la Comunión. Muy pronto, la Hostia será colocada en la mano para borrar toda noción de que es sagrada.

Se deduce que, ya conseguido este objetivo, la meta es demoler el sacerdocio, encargado de confeccionar el alimento espiritual de las almas, que no es otra cosa que Cristo vivo, sirviéndose de los escándalos más repugnantes.

Dolores Bravo