Entre obra y obra del alcalde Gallardón su correligionaria y competidora, la presidenta madrileña Esperanza Aguirre, nos ha llenado la ciudad de carteles donde puede leerse La prostitución existe porque tú la pagas. En primer lugar, doña Esperanza, sin insultar. En segundo lugar, es cierto que no existiría prostitución si no existieran clientes, pero eso puede decirse de cualquier actividad comercial. Además, tampoco existiría prostitución si no existieran prostitutas y proxenetas.

Es igual, Aguirre, otra moderna del PP, una liberalota de tomo y lomo, se apunta a la moda holandesa y nórdica, que no ha dado ningún buen resultado, dicho sea de paso, en tan avanzados países. La moda consiste en que la culpa la tiene el cliente, jamás la profesional. La culpa es del que paga, no de la que cobra, quizás porque así la legalización de la prostitución que tal es el objetivo final, no lo olvidemos- adquiere un tono mucho más feminista, mucho más moderno. ¿Cómo va a hacer la mujer algo malo? Su vecina, la concejala de Asuntos Sociales del ayuntamiento de Madrid, Ana Botella, conoce, por el contrario, la triste vedad: Botella, con buen sentido, era partidaria de ayudar a las prostitutas madrileñas a dejar de serlo, pero se topó con la durísima, sangrienta, salvaje y desoladora realidad de que la mayoría de ellas prefería seguir ejerciendo que adoptar la alternativa de la formación y el trabajo. Tristísimo sí, pero cierto.

Pero ahora hablábamos de Esperanza, que no de Ana. Resulta que estamos en el preámbulo de la batalla por la legalización de la prostitución, una bandera que se disputan con entusiasmo PSOE y PP. Y ni a uno ni a otro partido, ni a Zapatero ni a Aguirre, se le ha ocurrido, qué cosas, prohibir el catálogo del negocio, es decir, los anuncios de coimas en la prensa diaria. Quizás porque tanto para Zapatero como para Aguirre, resulta mucho más fácil multar a los clientes (¡que se fastidien, dicho sea de paso) que enfrentarse a las grandes editores. Se prohíbe fumar en las calles, pero ningún político tiene redaños para exigirle a Jesús Polanco o a Pedro José Ramírez que dejen de forrarse con sus anuncios sobre prostitución, de los que obtienen réditos millonarios (en El País es el centímetro cuadrado de publicidad más caro de todo el diario).

Pero es que hay más: legalizar la prostitución significa varias cosas:

1. La primera caer en el fatalismo : legalizamos la prostitución porque es muy difícil anularla.

2. Legalizar es siempre promocionar. La ley tiene un efecto moralizador, para bien o para mal, además de promocionador. Así, si se trata de una actividad legítima, ¿por qué no regularla, como exige el jefe de los proxenetas, secretario general de la patronal ANELA, y ultraderechista en sus ratos libres, José Luis Roberto? Por cierto, el secretario general de la patronal de lupanares amenaza con querellarse contra mi persona por llamarle proxeneta. Y yo me pregunto : ¿cómo le llamo?

3. Quienes pretenden legalizar la prostitución tienden a afirmar lo de Zapatero con el matrimonio gay: Esta ley no hace daño a nadie. Eso es lo malo, que las leyes no están para no hacer mal a nadie, sino para hacer bien a casi todos, para lo que siempre se denominó bien común.

4. En cuarto lugar, podemos prohibir la prostitución pagada, pero ¿y la gratuita? El problema de la prostitución es que hemos trivializado tanto las relaciones sexuales que a determinadas relaciones sexuales, sin compromiso alguno, sólo cabe tildarlas de prostitución gratuita o no mercantil. Ya saben, lo del viejo chiste:

-¿Qué reputación tiene esta chica?

-¡Uy, es un chica reputadísima!

Legalizar la prostitución es una estupidez supina, pero no son pocas las estupideces supinas que estamos legalizando, así que todo es posible, Y lo más importante. Esperanza no está dispuesto a dejar que el PSOE le robe la iniciativa. Pues buena es ella. Lo primero : multar al cliente. Luego, cuando se ponga en marcha la medida y se descubra que no ha servido para nada, legalizar la prostitución. Y antes de que se le ocurra, qué se yo, a Fernández de la Vega, por ejemplo. A fin de cuentas, legalizar la prostitución no hace daño a nadie, y proporciona mucha reputación política.

Eulogio López