Estamos a 29 de junio, festividad de San Pedro y San Pablo. Se está perdiendo la costumbre de que los donativos recogidos en las misas de todas las parroquias del mundo -recordemos que no es día de precepto y en muchas iglesias no se pasa el cepillo- se destine a los gastos del Vaticano, que son muchos.

Lo que no resulta ni bello ni instructivo, por cuanto la figura del Papa es clave en esta situación fin de siglo. El Pontífice es el objetivo primero del Nuevo Orden. No se trata de eliminarlo -eso es propio de la tosquedad de la KGB- sino de conquistar a la Iglesia. Por ello, todo Pontífice fiel debe ser desprestigiado, tildándolo de homófobo, machista o cualquier otra lindeza y, a ser posible, llevado a los tribunales internacionales para ser condenado.

Una condena al Papa sería un golpe de gracia al Cristianismo lo suficientemente fuerte como para enclaustrar al Pontífice en el Vaticano y, partir de ahí, crear una nueva Iglesia.

Muchos estadistas del mundo brindarían por tamaña condena y Barack Obama se entristecería mucho pero reconocería, cariacontecido, estar dispuesto a todo con tal de respetar el derecho internacional.

Ahora, lo más importante es proteger al Papa.

Eulogio López

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