Se ha producido un giro copernicano en materia de prostitución. Hasta hace bien poco, la progresía defendía la legalización del lenocinio. El País y RTVE dedicaba elogios a personajes como José Luis Roberto Navarro, personaje al que se le perdonaba su ultraderechismo radical por su dedicación a la noble tarea de legalizar el negocio.

Sin embargo, se ha producido un cambio en la corriente. El Nuevo Orden Mundial (NOM), concretado en Naciones Unidas, ha decidido que la prostitución no es una manifestación de libertad sino de explotación de la mujer. Explotación que, ojo, existe, según el NOM, aunque la víctima lo elija. Estoy tan contento por el vuelco que voy a obviar esa contradicción: si la víctima actúa libremente, ¿dónde está la explotación?

Y como lo ha dicho Naciones Unidas, por una vez, y sin que sirva de precedente, empeñada en una causa noble, la progresía española, liderada por el PSOE, gira 180 grados y nos dice que hay que luchar contra el mercado del sexo: "Hay que concienciar a la sociedad de que no debemos normalizar la prostitución", dice la diputada del PSOE Lourdes Muñoz.

Enhorabuena. Ahora bien, queda un fleco peligroso. Se condena la prostitución y se la condena a la ilicitud, como debe ser, porque se explota a las féminas. De ello debo deducir lo dicho antes: si una mujer dedica a la prostitución libremente, sin ningún mafioso que la extorsione ni le explote, si, en definitiva, hubiese blancas, pero no ‘trata de', ¿deberíamos legalizar la prostitución?

Este es el punto en el que la modernidad, que ha prescindido del derecho natural y de toda moral objetiva se queda sin argumentos. El cristianismo los tiene: no se puede comerciar con el sexo, no se puede separar sexo y donación, o al menos no se debe, porque las consecuencias son trágicas. El sentido común –que no es otra cosa que la concreción del derecho natural- de todas las épocas también los tiene: resulta indigno comerciar con el propio cuerpo, vender la propia intimidad. Las personas no se venden. Incluso, podría deducir ese sentido común, resulta repugnante. Precisamente porque la prostitución es inmoral es por lo que nos resulta repugnante.

Todo eso lo puede decir aquel que cree en la verdad o sencillamente aquel que no se ha vuelto majadero. Ahora bien, el progre no puede decirlo, porque para le progre no existe ni el derecho natural ni las normas morales, sólo al libertad individual. Precioso concepto el de libertad pero que no abarca toda la antropología humano.

Esto es, volvamos a las normas morales. De otra forma, nada tiene sentido.

Eulogio López