Sr. Director:
Los españoles, unos de antes, asistieron al reparto de la desamortización liberal del XIX, y lo que hasta entonces era disfrutado por muchos, pasó ordenadamente a manos más eficaces.

Despojaron a muchos de los comunes con el propósito de favorecer la creación de la riqueza que se compra y se vende. Así, gracias al sistema liberal, hemos llegado a donde estamos: por ejemplo, el desarrollo nos permite disfrutar la "libertad" de trabajar a decenas de kilómetros de donde residimos y dedicar grandes recursos a alimentar esta "ventaja" del progreso.

¿Es de extrañar que los tradicionalistas recelemos de estas "conquistas" Defendimos siempre la causa de los bienes comunales y del trabajo cooperativo frente a un sistema en el que ni los sabores permanecen, en el que ni nosotros ya habitamos en las cosas ni las cosas habitan en nosotros.

Quizá porque vemos con otros ojos, cuando asistimos hoy al desahucio de una familia, para nosotros el conflicto de la propiedad queda atrás, muy atrás, en el paisaje borroso tras las figuras del primer plano.

Con gusto diríamos que "la propiedad nos importa una higa", resolviendo así la continua disputa entre el socialismo y el liberalismo. Entre quienes proponen el sistema de "tú haz como que trabajas que yo hago como que te pago" y quienes trocan todo en mercancía inerte. Algunos pensamos que es importante poner cara a quien provee un servicio, valorar el cariño de quien produce, respetar lo artesano y disfrutar el uso de las cosas de la creación, abstraídos de esa visión del mundo a través de sus títulos de propiedad y las firmas de los notarios.

Se podría admitir que ese liberalismo (en lo económico) que plantea es católico si se admitiera que el concepto del bien común de la Doctrina Social de la Iglesia equivale a la adición de bienestar individual de los miembros de la sociedad. Quede esto para su demostración. Mientras tanto, como economista manifiesto mi desacuerdo con que el origen de mi libertad sea la propiedad: ¿hace falta que diga como católico cuál es el origen de todo

José Bustinza