La BBC, la televisión pública inglesa, vuelve a emplazarse en el ojo del huracán. Tras el tejemaneje de los documentos referidos al climagate, la cadena británica ha sido demandada por varios procuradores por la promoción de la eutanasia y por su desconocimiento de los derechos de los discapacitados.

 

La acusación se exhibe tras la difusión de una entrevista con Kay Gilderdale, quien confirmó haber asistido al suicidio de su primogénita Lynn, doliente desahuciada y que llevaba 17 lapsos de tiempo exhausta en el lecho del dolor.

Ann Winterton, del Partido Conservador anglosajón, y otros cinco parlamentarios reprochan el reiterado sesgo de la BBC en los mensajes atañidos a la eutanasia y la confusión en la información sobre los militantes a favor de la vida en el Reino Unido.

El homicidio asistido consiste en atrapar a la muerte de modo adelantado, poniendo fin a la propia existencia. Nos topamos con la cultura de la muerte, que triunfa en las sociedades opulentas.

Por otra parte, la eutanasia entre los dolientes en estado de coma, recibió un duro golpe. El polaco Jan Grzebski, que estuvo diecinueve años en estado vegetativo, ocupó un lugar destacado en los medios de comunicación del mundo porque despertó de su larga ausencia física, que no espiritual.

Jan oía las conversaciones de los médicos y sus científicos comentarios de que no sobreviviría. Y él lo único que quería era vivir. Deseaba ardientemente existir y los médicos planificaban su exterminio. Escuchaba todas las conversaciones de los facultativos. Jan estaba vivo y era consciente de todo lo que sucedía a su alrededor.

No es lícito matar a un ser humano para no verle sufrir. Nadie puede asesinar a un ser trascendente, aunque sea un enfermo incurable, agonizante o en estado de coma profundo. Los cuidados paliativos son el remedio para estas situaciones.

Confirmo que la eutanasia es una grave violación de Dios en cuanto a la eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Semejante práctica conlleva a la malicia propia del suicidio o del homicidio, afirmó Juan Pablo II.

Clemente Ferrer

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