Algunos lectores de Hispanidad me interrogan cuando hablo del perfecto entendimiento entre progresismo y puritanismo. Según ellos son incompatibles. Rechazables o no, pero incompatibles, mientras yo defiendo que son absolutamente complementarios. Y he de reconocer que una encuesta revelaría una sólida mayoría a favor de las tesis de mis corresponsales y en detrimento de la mía. Algo muy molesto: el pueblo debería estar conmigo: ¿qué se han creído?

Pero resisto, insisto y persisto. Llamo en mi apoyo a mi maestro, Chesterton (en la imagen). Por ejemplo: ni que decir tiene que, para un progre, la Edad Media constituye el centro de todos los males. Pues bien, escuchen al maestro don Gilbert: "El hecho más prominente del mundo industrial moderno -ahora diríamos, del mundo terciario moderno- es que los movimientos morales son más despiadadamente represivos que las formas antiguas de misticismo o fanatismo, que normalmente afectaban solamente a unos pocos".

Y a continuación, las pruebas: "Los hombres de la Edad Media soportaban terribles ayunos pero ninguno de ellos hubiera propuesto seriamente que nadie, en ningún lugar, pudiera volver a beber vino. Por el contrario, la prohibición, que fue aceptada por una enorme y moderna civilización industrial, propuso seriamente que nadie jamás volviera a beber vino".

Y más ejemplo de puritanismo actual, que no medieval: "Los maniáticos a los que desagrada el tabaco desearían destruirlo por completo, dudo que ni siquiera lo aceptarían como medicina sedante". Y así es: con las leyes antitabaco de Zapatero, respaldadas por el PP de Rajoy, en la España de hoy, 100 años después de Chesterton, sabemos que, en efecto, no se acepta el tabaco ni como sedante, que fue para lo que lo 'inventaron' los indios, grandes tipos.

Prosigue Chesterton: "Algunos paganos y algunos santos cristianos han sido vegetarianos, pero nadie en el mundo antiguo hubiera predicado que los ganados y los rebaños debían desaparecer, mientras que temo que, en la utopía de los vegetarianos, los rebaños serían borrados de la faz de la tierra". A don Gilbert no le tocó vivir la Política Agraria Común (PAC) que consiste precisamente en eso: en destruir la agricultura y la ganadería, o, lo que es lo mismo, en convertir al cerdo en explotador del hombre, en lugar de ser el hombre quien explote al cerdo en su provecho. El ecologismo actual no es más que puritanismo: el hombre al servicio del resto de especies, esclavo del planeta tierra y sodomizado por la madre Gaia.

¿Y qué decir del puritanismo político vigente? Chesterton lo ataca por el flanco del pacifismo rampante: "El más pedante pacifista piensa de la misma manera sobre la guerra, aunque sea justa, y su desarme es tan universal como el servicio militar". No sabía el maestro inglés que, no mucho tiempo después, en efecto, el PP -pacifismo pedantón- terminaría con el servicio militar. En efecto, el hombre de la gloriosa Edad Media no admitía el servicio militar obligatorio. Pero no porque respondiera con rosas a su depredadores. Simplemente, constituía ejércitos de ocasión, cuando le tocaba defender su vida, su libertad y su propiedad de los depredadores.

Y la chestertoniana conclusión de todas estas muestras de puritanismo contemporáneo es obvia: "Las ideas modernas de ese tipo no sólo son negativas, son nihilistas: siempre exigen la absoluta aniquilación o la prohibición total de una cosa u otra".

Esto es puritanismo progresista o progresismo puritano. No son incompatibles, son complementarios y liberticidas. Y, por liberticidas, opuestos al Cristianismo.

En definitiva, háganme un favor: rechacen el puritanismo. Beban y fumen con alegría, si eso les gusta (el abajo firmante predica con el ejemplo). El "prohibido prohibir" no es un mandato progre del mayo francés, sino un mandamiento cristiano que tiende al mayor de todos los mandamientos: la alegría.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com