La nueva ley de inmigración de Arizona es injusta, porque posibilita la experiencia de los sin papeles (por cierto, el principio es el mismo, exactamente el mismo, que se aplica en España y en Europa, lo que ocurre es que los norteamericanos la cumplirán de forma más contundente).

Los principios católicos (no es casualidad que el obispo de Los Ángeles, Roger Mahony, la haya tildado de injusta y draconiana) sobre inmigración son muy claros: Fronteras abiertas para quien huye de la pobreza o de la tiranía, sólo que tanto de entrada como de salida. No se debe expulsar a quien no tiene papeles sin darle la oportunidad de tenerlos. Se debe expulsar a quien comete delitos. Eso por lo que respecta a la ley.

Pero hay más: ninguna ley puede obligar a los inmigrantes a que respeten las costumbres del país de acogida. Es la reprobación social quien debe hacerlo, especialmente ante la inmigración de quienes, como los islámicos, forman guetos y en buena parte odian al país que les acoge, por ejemplo España. En nuestro país, como en algunos otros, lo que sucede es que el Gobierno es el primero que trabaja contra las esencias cristianas, constituyentes de España. Y claro, cuando uno atenta contra sus propias esencias se topa con sorpresas desagradables. Por ejemplo, se topa con la falta de respeto islámica hacia la mujer española.

Además, el respeto al país de acogida es especialmente exigible en los inmigrantes europeos, que tienen acceso a una educación y a una sanidad que jamás soñaron en sus países de origen. Lo que provoca xenofobia es, muchas veces, la actitud chulesca con la que muchos inmigrantes responden a las ventajas que se les otorga. Y, desgraciadamente, esto no sólo se da entre magrebíes sino también entre inmigrantes procedentes del Este de Europa y entre hispanoamericanos. En Estados Unidos, al foráneo se le trata mucho peor y recibe muchas menos ayuda que en Europa.

En cualquier caso, el arzobispo Mahony condenada la ley de Arizona por injusta y draconiana: así es.

Eulogio López

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