Ya tenemos el primer detenido por fumar. Se podrá decir que ha sido detenido por resistencia a la autoridad, lo cual es cierto, pero la autoridad no habría podido detenerlo sin la ley antitabaco de la ministra Elena Salgado, que tiene más de puritana que de socialista.

Como buena puritana, Salgado ya ha puesto en marcha el segundo apretón de tuercas a las libertades individuales. La ley seca. Como siempre, conseguido el trágala del tabaco, Salgado ha comenzado la nueva campaña aludiendo a la cantidad de adolescentes que se emborrachan a tan tierna edad como los 13 años. Curioso, porque a la ministra le aterra que los chavales ingieran bebidas fermentada o destiladas, y, sin embargo, les considera, justo a partir de esa misma edad, con la suficiente madurez para tener relaciones sexuales, de carácter hetero u homo. Incluso anima los ayuntamientos adolescentes, a partir de los 13 años, bajo la consigna del sexo seguro.

¿Pero beber? ¡Eso nunca!, se hace necesario prohibirlo por ley (de hecho, ya está prohibido vender bebidas alcohólicas (y no se distingue entre bebidas fermentadas y bebidas destiladas) a menores de 16 años. Naturalmente, la prohibición sólo ha hecho que el consumo aumente, por lo que la ministra considera que lo que hay que hacer es reforzar la norma con nuevas prohibiciones y sanciones más severas.

En Sanidad ya se piensa, no es broma, y así lo dio a entender la ministra a un corrillo de periodista (los famosos canutazos off the record) en una tercera ley contra la obesidad. Por ahora no se concretan los términos de la ley, pero está claro que la obesidad provoca muchas más muertes que los 50.000 fallecidos a causa del fumeteo, siempre según las incalculables cifras de Salgado. Y a partir de ahí, todo es posible: incluso encarcelar a los gordos.

La popular frase nos hemos vuelto todos locos puede empezar a convertirse en realidad.

Por cierto, y hablando de la futura Ley Seca, desde la entrada de España en la Unión Europea (1986), todos los gobiernos, socialistas y populares, se preocuparon muy mucho de que el vino fuera considerado como alimento, no como bebida alcohólica. De otra manera, su precio se habría disparado, y una parte no despreciable de la economía española depende del sector vitivinícola. Nuestros socios centroeuropeos estarían deseando aplicar al vino el palo fiscal que en sus países sufren todo tipo de bebidas alcohólicas, incluida la cerveza. La ministra Salgado, al parecer, quiere darles ideas.