Fue presidente del Gobierno gracias a 192 asesinatos y puede seguir siéndolo, por de pronto una legislatura más, gracias a la tregua dictada por una banda terrorista responsable del asesinato de 900 inocentes. No está mal. Lo de Rodríguez Zapatero es, en efecto, un nuevo Imperio de la Muerte -que también le gusta mucho el asesinato de los no nacidos, ciertamente-.

Y esto da buen resultado. No está claro el futuro de España, pero sí que rendirse a la fuerza tiene buenos resultados electorales. En España se ha impuesto aquello de el fin que justifica los medios, y entonces es cuando la encuesta publicada el lunes por el diario ABC le otorga al Gobierno una ventaja de casi ocho puntos que, dependiendo de las condiciones y de la maravillosa ley DHont puede suponer, lisa y llanamente, la mayoría absoluta para el PSOE.

Y este alto el fuego insisto, no me gusta el término- tiene pinta de acabar bien, es decir, de que puede tratarse del final, habida cuenta de que la negociación no acaba de empezar sino que está a punto de concluir. Las cuestiones importantes ya están pactadas, ahora sólo quedan las cuestiones de procedimiento : cómo hacer que los jueces colaboren, cómo disfrazar excarcelamientos con deportaciones, cómo se convierte en un Estado asociado en una nación o comunidad nacional, etc.

El fin justifica los medios y Zapatero sube en las encuestas. Como diría John F. Kenndy: Cuanto peor lo hago, más me quieren.

Y si no fuera porque colaboró en convertir a España en el paraíso del aborto, podríamos decir que la culpa de todo este desaguisado la tiene la derecha, y en concreto el Partido Popular, y más en concreto José María Aznar. Aznar era un hombre acomplejado, que nunca tuvo el coraje de luchar por la vida más indefensa, por la familia natural o por la libertad religiosa, pero que tenía verdadera obsesión con el terrorismo etarra y con el nacionalismo vasco. Y esto es lo grave, porque esa obsesión, a través de la TV y los medios, se fue inoculando en todo el país. Yo soy de los convencidos de que el Gobierno Aznar no mintió cuando, en la mañana del 14 de marzo, atribuía a ETA la autoría de la matanza. Simplemente, para alguien obsesionado, el motivo de su obsesión es la causa de todos los males: ¿quién podía asesinar a tanto inocente? ETA; naturalmente.

Y así, para la mayoría de los españoles, terminar con ETA, aunque sea a costa de ceder ante los terroristas, es la mejor noticia que podían recibir. No existe otra noticia mejor. Y quien lo consiga, aunque sea a costa de la más vergonzosa claudicación, merece nuestro respeto, nuestro voto y nuestro apoyo. La cúpula de la organización terrorista debe estar pensando aquello de a bodas me convidan. Cuando ya no resistían mucho más en la clandestinidad, cuando no encuentran asesinos con lo que renovar el plantel de pistoleros, cuando sus argumentos provocaban la risa en todas partes, cuando el nacionalismo moderado amenazaba con hacer suyas todas la reivindicaciones (ya habían recogido casi todas las nueces del nogal meneado) surge Don Pacífico en persona, el sin par Mr. Bean, para ponerles en bandeja, no sólo una salida airosa, sino buna parte de lo que reivindicaban desde que empezaron a ofrecer su ideario político, del secuestro, el tiro en la nuca y la bomba lapa. Justo cuando se acaba la generación de asesinos a sueldo y justo cuando al nacionalismo, ese absurdo en un mundo globalizado, le quedaba otra generación, quizás media, Zapatero, un resentido que funciona con esquemas de la Guerra Civil, les brinda la salida en bandeja. Se acabó el vivir en la clandestinidad, algo muy duro, oiga usted.

Hay que reconocer que Zapatero es un monstruo del electoralismo. Cuando él abandone el poder, en efecto, no va a conocer España ni la madre que la parió. No la va a destripar porque ni él mismo es capaz de hacerlo, pero, aunque lo consiguiera, lo haría en mitad de un gran aplauso como pacificador de Euskadi. Para Zapatero, España marcha bien si sus expectativas electorales marchan bien. Una vez conseguido que un público confunda prudencia con cobardía, el resto viene dado.

Aznar no es el culpable, pero sí el causante de esta situación rocambolesca.

Eulogio López