Una nueva gala sobre los premios Goya ha servido para remarcar el espíritu de la gran fiesta del cine español, encomiable espíritu que podríamos resumir así: vanidad de vanidades, petición de dinero público y prejuicios ideológicos. El cine es de la progresía, los progresistas son buenos y los reaccionarios la caverna- son malísimos.

Colabora a esta personalidad de los Goya el hecho de que, en efecto, lo reaccionario, lo que hoy llamamos valores, antes trascendencia, aún antes virtudes, y siempre principios cristianos, apenas figuran en el cine español. Y es muy cierto : entre otra cosa porque a los cristianos no se les permite entrar en el mundo del espectáculo.

Así que, en el entretanto, y mientras el séptimo arte no dé para más, seguiremos viendo películas norteamericanas, y habitando ese mundo en el que andan varados tantos progres españoles: odian a Estados Unidos, odian a Bush, odian a Hollywood pero mandan a sus hijos a estudiar a ese infierno y suspiran por un reconocimiento norteamericano.

El icono de toda esta historia de vanidad fue el vestido de la señora ministra de cultura, doña Carmen Calvo, una muestra estética de modernidad, vanguardismo y alianza de civilizaciones. Esto es la modernidad: la vanidad de los Goya vestidos por Ágata Ruiz de la Prada (que es progre de derechas, pero progre a fin cuentas).

Al final, para el Gobierno Zapatero el cine no es otra cosa que un agente electoral del partido, a quien se tiene cogido del ronzal, a través de las tres vías: vanidad el que no se avenga a lo políticamente correcto no sale en la foto, por ejemplo, en la foto de los Goya- dinero subvenciones directas pero, sobre todo, apoyo televisivo- y prejuicios ideológicos lo que nuestros padres llamaban doctrina socio-sexual de izquierdas- y que hoy conocemos como el superficial mundo de los progres, que, por no tener, no tienen ni sexo : se quedan en la mera pornografía más o menos grosera, pornografía ordinaria en la que se inscribe, por ejemplo, Tapas, premiada con dos estatuillas en la ceremonia del domingo..

Eso sí, de las tres películas más nominadas, han elegido a la única que se salva del sermón progre: La vida secreta de las palabras, de Isabel Coxet, mientras Princesas, una especie de editorial del El País sobre la prostitución es decir, un verdadero tostón- y Obaba, producto típico de Moncho Armendáriz, el ideólogo del voy-a-meterle-el-dedo-en-el-ojo-a-todo-aquel-que-crea-en-algo se quedaron en segundo y tercer lugar.

Al final, Pedro Masó, el esquizofrénico realizador del pasado, premio de Honor de los Goya, resumía la tragedia del cine español en pocas y concisas palabras: El cine de ahora está cojo, tristón, en una crisis casi agudísima (o le sobra el agudísima o le sobra el casi). ¿La culpa? Del Gobierno, de la cultura y de nosotros mismos: no le damos al público lo que quiere.

Y es que la vejez de Masó, la cercanía de la tumba, incentiva mucho la sinceridad: los viejos haban claro porque ya no tienen mucho que perder.

Ojo, y no es que el cine norteamericano sea más creativo o más profundo. Lo que ocurre es que los norteamericanos le dan al público lo que éste desea lo cual no significa necesariamente lo mejor- mientras que los cineastas españoles le dan lo que ellos quieren darle. Para el director estadounidense el cliente es el rey; para el español, el público es ese señor que debe pagar la entrada y aplaudir las obras de nuestros grandes artistas.

Vanidad de vanidades y todo es vanidad, empezando por el vestido de la ministra, no apto para ojos delicados. Quizás por ello, los autores españoles, salvo los viejos como Masó, cierran filas y exhiben las cifras crecientes de facturación en taquilla del cine español. Muy cierto, en 2005 nuestro cine obtuvo record de recaudación gracias a una pieza que pasará la historia del séptimo arte, Torrente III, y gracias a que alguien coló como película española esa falsificación histórica llamada El Reino de los Cielos.

Al menos, esta edición de los Goya los ha salvado Isabel Coixet, por cierto, la misma premiada por los críticos cinematográficos, que todavía no están controlados por el lobby gay.

Vanidad, dinero y prejuicios: si al menos hubiera un poquito de sexo y violencia, podríamos pergeñar una crítica de formato clásico, contra la procacidad y los malos hábitos, así, sólo podemos hablar de la vanidad que hace bostezar y del tedio que fuerza a decir chorrada tales como es de que le cine español atraviesa su mejor momento.

Eulogio Lopez