No la odiaban por ser mujer, sino por ser madre, es decir, amante de la vida. En Occidente no marginan a la mujer por ser mujer, sino por amar la vida. Consideran que la mujer que ha optado por tener hijos es porque no sirve para otra cosa, aunque la crianza y educación es la profesión más dura del mundo. Y si encima la susodicha se atreve a hacer carrera pública... entonces es que algo sucio oculta. Provoca envidia entre las feministas y prevención entre los varones. Siendo premier de Pakistán sus adversarios políticos traducían las siglas de su formación, el PPP, como "Premier Permanentemente Preñada". No se engañen: en España le habrían dicho algo parecido: idiota, coneja, hipócrita, sumisa al varón, etc. O simplemente la habrían marginado. No tienen más que comprobar en qué ambientes se mueven nuestras ministras de cuota o pensar en cuál sería su actitud ante una mujer como Benazir que no tenía el menor reparo en mostrar, con naturalidad y autenticidad, que amaba a su esposo -su único esposo-, que tiene descendencia numerosa y que considera que el aborto es lo que es: un crimen. Convendrán conmigo en que no sería una buena compañera de viaje para Fernández de la Vega.  Insisto: el problema es que Benazir Bhutto amaba la vida. En España no la fusilarían los talibanes sino nuestras feministas, que son dos extremos del mismo péndulo y que mutuamente se retroalimentan.     Por si fuera poco, era muy femenina en su actividad pública. ¿Qué puede aportar la feminidad a la vida pública? Pues lo mismo que aporta a cualquier otra actividad: la renuncia al poder para conseguir los objetivos. El hombre, y la feminista, siempre pretenden cambiar a la sociedad -para bien o para mal- desde arriba. La mujer desde donde está. Para el varón es preciso medrar para poder después ayudar; la mujer considera que la única manera de medrar es ayudar a su alrededor. Por eso, también, el hombre degenera por ambición, la mujer, cuando dimite de su vocación de servicio. Habrá que insistir: feminismo y feminidad no son distintos: son antitéticos. Para las feministas, servicio es servilismo. ¿Cómo no van odiar la medalla de oro del servicio al próximo, la maternidad? Por ser mujer, madre y capaz la echaron con malas artes del poder. Bhutto se refugió entonces en esa célula de resistencia a la opresión que es la familia. Sufrió el exilio y volvió a un Pakistán que, por muy aliado que sea de Estados Unidos, sigue siendo un país al borde de una dictadura, dirigido por un jefe militar (que haya renunciado a la cúpula del Ejército es lo de menos). Como mujer que amaba la vida apasionadamente perseveró en su labor y acabó regresando a Pakistán sin emplear ni el poder ni la violencia. En dos semanas había elecciones, y era muy probable que pudiera regresar al Gobierno sin disparar un sólo tiro, sin amenazar a nadie, con la fuerza imparable de su palabra y de sus convicciones. Ahora feministas y feministos -por ejemplo ZP- tratarán de apropiarse de su figura. El mismo viernes, leo en el diario El País: "La mujer que no temía a los fanáticos. En primer lugar sí que les temía, que la valentía no consiste en no sentir miedo -eso es pura necedad- sino en ser coherente con tus principios a pesar del miedo". El progresismo de derechas, palpable en El Mundo, da un paso más con la "intolerable provocación de un rostro hermoso". No era el rostro sereno de Benazir lo que resultaba insufrible para sus verdugos. El fanático no es un idiota, ni es alguien que se siente en posesión de la verdad. Eso es mero sentido común. El fanático es alguien lo suficientemente inteligente como para percibir una contradicción en el adversario y, a partir de ahí, juzgar con el mismo rasero al conjunto de las ideas ajenas y al conjunto de la persona. No hay fanáticos tontos. Al contrario, el fanático es peligroso porque suele ser un tipo inteligente, lógico. Es siguiendo la definición chestertoniana de demencia, "no es tipo que ha perdido la razón, es un tipo al que sólo le queda la razón", desprovista de alma, de corazón. El fanático no es más que aquel que odia la vida. Tan fanático es el talibán como el abortista occidental. Los que asesinaron a Bhutto no la odiaban por ser mujer ni por ser hermosa: la odiaban porque era Bhutto, amaba la vida y, por ello, amaba la libertad individual. Pero no se engañen: Benazir Bhutto hubiera sido despreciada y maltratada por el progresismo socialdemócrata del PSOE y  por el progresismo neoliberal del PP. No podían apreciarla porque no podían entenderla. Hay otro problema añadido. Al parecer, escribo cuando aún las autoridades no han aclarado los pormenores del atentado, pero otra vez apunta a un terrorista suicida de la escuela Ben Laden. Pakistán, ese país con bomba atómica que alberga el suficiente grado de odio para contar con fanáticos enemigos del Occidente libre, al que se lo ponen cada vez más difícil. Porque matar es fácil, lo difícil es escapar. Por eso, el terrorismo suicida es el más peligroso: no escapan. El asesinato de Bhutto es una de las peores noticias del siglo. Puede provocar un estallido o puede no provocarlo. En el primer caso no necesito describir las consecuencias, entre otras cosas porque sólo sé que serían graves. En el segundo, el resultado será peor: significaría que se han impuesto, tanto el terrorismo ciego de Ben Laden como el pragmatismo de unas dictaduras que, no por ser aliadas de Occidente merecen un mejor juicio moral. El nombre de Arabia, también China -en los últimos tiempos tan abierta al capitalismo occidental, que no a la civilización occidental-, le vienen a uno a la mente. La humanidad ha perdido una mujer sensata y heroica. Y no andamos sobrados ni de heroicidad, ni de sensatez... ni de feminidad. Eulogio López eulogio@hispanidad.com