Los Premios de la Crítica, que en España entrega el Círculo de Escritores Cinematográficos, no han sido recogidos en las páginas de El País. Es lógico, la película Mar adentro, un panfleto sobre la eutanasia rodado por un gran director que dedica su talento artístico a generar barbaridades, ha sido producida por Polanco, y los críticos no han elegido este film pro-eutanasia, sino el de  Héctor, de Gracia Querejeta. Y es que El País concibe la información cultural como el departamento de propaganda de sus propias producciones. Lo que no produce Polanco (sea cine, novelas, o ensayos) sencillamente no existe, o no debería existir. Además, Prisa-Sogecable es como una gran familia. Quien ataca a uno de sus miembros se arriesga a la venganza de todo el clan. ¿Qué es atacar para los chicos de Polanco y Cebrián? No reconocer sus méritos.

Pero la insidia se desmontó 24 horas después. A los críticos españoles les gusta más Héctor que la manipulación de un gallego utilizado, pero Hollywood vino a poner las cosas en su sitio : Mar adentro ya está en la carrera por la Mejor Película Extranjera, lo que fue saludado por la pública TVE, el otro aparato de propaganda de Polanco, como una gran noticia.

Yo no sé quién dice que la sociedad norteamericana es conservadora. Por ejemplo, está Hollywood. En la ceremonia de 2000, año triunfal de la era Clinton, los Oscar de Hollywood certificaron que el mundo del arte, del espectáculo y del famoseo, el mundo del cine, estaba con la progresía: American Beauty fue la gran triunfadora. Mensaje: La familia es pura hipocresía, formada por un padre obseso, tirando a pederasta, y una esposa hipócrita y desquiciada. Créanme, las únicas parejas que merecen la pena son las de gays, aunque habrá que insistir que el mundo gay es muy poco alegre, muy poco gay.

También por la vía de las películas extranjeras nos llegó una repugnante apología del aborto, con Las normas de la Casa de la Sidra, fruto de un talento desquiciado como el de John Irving, militante destacado del Imperio de la Muerte. El broche lo puso Hillary Swank, tan oronda como su papel de lesbiana, quien, en la ceremonia de entrega de los Oscar, nos habló de la diversidad, concepto llamado al equívoco por la progresía: No, diversidad no es la existente entre hombre y mujer, sino la que se diversa de esa diversidad para ofrecer el modelo homo. ¿No lo entienden? No me extraña, yo tampoco. 

En 2001 y 2002 nos dejaron respirar un poco, quizás porque había llegado la era Bush y quizás porque el 11-S hizo pensar a algunos, al menos a los estadounidenses. Aún así, el Imperio de la Muerte ya nos castigó con Las Horas, donde Virginia Wolf nos animaba a la melancolía y el suicidio. O sea, pura alegría y jovialidad, joie de vivre.

En 2003, el Imperio de la Muerte, el Nuevo Orden, la progresía en general, volvió por sus fueros y torraron al planeta Tierra con Las Invasiones Bárbaras, de Denys Arcand, apropiado título para una historia que no soportaría ni el Senado ni el Pueblo de Roma. La muerta, digna, of course, convertida en el espectáculo final que ofrece un tipo forrado (desconozco la razón última, pero los héroes de las epopeyas progres siempre son millonarios) y snob.

La muerte progresista llega otra vez a Hollywood de la mano de un español. España ofrece al mundo homosexualidad y muerte, puro jolgorio, de la mano de Mar adentro. Justo en la edición de los Oscar en que a La Pasión se le ofrece la opción a los Oscar de Maquillaje y Fotografía, es decir, dos galardones de puro contenido.

Uno comprende que el lobby judío continúa controlando Hollywood y los principales diarios de la Costa Este (especialmente, Washington Post y New York Times), y que el sionismo norteamericano considera que La Pasión ofende a los judíos (mentira, pero dejémoslo).

Uno comprende que detrás de las grandes major o superproductoras norteamericanas, no se puede encontrar más que el capitalismo anticlerical y vulgar de Rupert Murdoch y el capitalismo anticristiano y progre de Time Warner-CNN, o una factoría Disney-ABC, reconvertida en obsesión antivaticana. Uno comprende todo esto. Lo único que uno no comprende es esto : ¿Por qué los progres son tan tristes, tan agonías, tan melancólicos, tan pelmas... que en lugar de contarnos la vida de Ramón Sampedro nos cuentan su muerte? 

Eulogio López