A pesar del espectáculo que el pasado sábado dieron en el Congreso Sus Señorías, lo más granado del ruedo ibérico, créanme: la unidad de España no está en peligro ni necesita de defensores interesados como el señor Mariano Rajoy. España no la rompen ni toda la clase política española y catalana juntas. En esto, Rajoy, que debe de leer Hispanidad, no iba desencaminado : mucho más peligro tiene para la unidad de España Bruselas que Vitoria o el Parlamento. La globalización es lo que va disolviendo patrias y naciones, en torno a esos enredos llamados unidades supranacionales, que se presentan como inevitables pero que nadie sabe adónde nos conducen.

Y tras escuchar a Mas, De Madre (con perdón), Carod (sin perdón), Rajoy, Durán, Zapatero, Rubalcaba, etc., el asunto sigue siendo el mismo que advirtiera Felipe González, ese señor tan peligroso al que ahora algunos echan de menos, tanto en su partido como en otras formaciones: Hemos pasado de ideas a identidades. En efecto, el mundo moderno parece, como los oradores del miércoles en la tribuna del Congreso de los Diputados, absolutamente ayunos de ideas, y obsesionados con las identidades. Al parecer, lo que precisa el hombre contemporáneo es sentirse algo, aunque sea miembro de una peña futbolística o de un círculo gastronómico. No está dispuesto a mover un dedo por sus ideas, convicciones o principios, pero matará por su identidad.

No es de extrañar que ayer se oyera hablar mucho de sentimientos, aunque desde el racionalismo hasta hoy, la sabiduría siempre ha situado el sentimiento en su lugar: el de la fugacidad, en el estrado más voluble de la voluntad y en los últimos recodos de la libertad.

Verán, los que forjaron la unidad de España, los Reyes Católicos, no hablaban mucho de la identidad nacional española. Les preocupaba mucho más el proyecto de España que la unidad del país, que la daban por entendida. Por eso se lanzaron a la conquista y colonización de América, por la sencilla razón de que querían evangelizar aquellas tierras. Ya saben, eran tipos que propagaban las ideas, y daban las identidades por supuestas. No les preocupaba la unidad de España, sino el contenido que le iban a dar a esa España. Y vaya si lo dieron.

Hoy, jueves 3 de noviembre, se celebra la festividad de San Martín de Porres (ver biografía en Hispanidad), el dominico limeño conocido como San Martín de la Caridad. Es decir, un mestizo, hijo de padre burgalés, mal padre, que se negó reconocer a su hijo, y de una criada negra. Nada de alianza de civilizaciones, San Martín de Porres no es una identidad, es una idea, la del mestizaje, la fusión de credos, razas y culturas, bajo el principio, muy anterior al revolución francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre: la idea que inventara el Cristianismo de la igualdad entre todos los hombres, porque todos son hijos de un mismo Dios. La Hispanidad era una idea, un salir de sí mismo dejarse de mezquinas identidades y correr tras una idea creadora que, a fin de cuentas, el objetivo de la historia es que el hombre se realice plenamente como hombre.

Por cierto, Rajoy, con el furor uterino del converso a la Biblia Constitucional, se proclamó heredero de las Cortes de Cádiz. Hermosísimo, pero olvida d. Mariano que aquellas Cortes eran tan liberales como Federico Jiménez Losantos, razón por la cual decidieron convertirse en poder ejecutivo, parlamentario y judicial todo a un tiempo, e incluso detuvieron, juzgaron y condenaron al regente Pedro de Quevedo y Quintana, obispo de Orense, al día siguiente de abrirse las Cortes. Se ve que los chicos todavía no habían asimilado lo de la división de poderes. Pero eso sí, eran de lo más patriotas, y seguían aquel principio de hacer demócratas al personal aunque fuera a garrotazos: recuerden el himno de Riego : Trágala o muere tú servilón, tú que no quieres Constitución. Y por si no había quedado claro el liberal espíritu: Con los pellejos de los serviles hemos de hacernos portafusiles. Todo muy liberal, muy constitucionalista, muy patriota.

Que no, que lo del pasado miércoles en el Congreso fue, por un lado y otro, una vergonzoso reparto de poder. También en eso, que no en sus principios, tenía razón Rajoy cuando afirmaba que Zapatero no intenta otra cosa que conseguir que los minoritarios catalanes le mantengan en el poder apoyándole con su votos en leyes como la de los Presupuestos Generales del Estado.

Porque un patriotismo meramente identitario, sin proyecto alguno, termina siempre en mentira e interés. La identidad sólo llena a los imbéciles y a los listillos, siendo estos los que utilizan a aquellos. Es la historia de un vacío, al igual que la alianza de civilizaciones: alianza, ¿sobre qué principios? ¿También sobre principios incompatibles? ¿Alianza fatua entre dos partes que no creen en principio alguno?

Y así, el miércoles 2, en el hemiciclo, se paseaban los representantes del Tripartito, usurpando la representación de un pueblo catalán al que el Estatut importa un comino. Ahí tenían a Zapatero ganándose a los políticos profesionales catalanes para asegurarse mutuamente el poder. Allí estaba Rajoy buscando la diferencia, y exacerbando a los patriotas españoles más preocupados de la identidad nacional que de dar contenido a esa España por la que alguno afirma estar dispuesto a morir. Es decir, había antiespañoles, anticatalanes y sólo un pro : el de Zapatero, que es de lo más pro-zapateril.

Ideas, más bien ninguna, y un único proyecto : conseguir un punto más de poder, a costa del contrario, claro está, porque la tarta es la que es. Es decir, sentimientos nobles.

Y mucho ojo, porque ésta es la clase política que tiene secuestrados al pueblo catalán y al español. Son los profesionales de la política en busca de una identidad. La que sea, que eso poco importa: las identidades suelen resultar intercambiables en el tiempo.

Eulogio López