A ver si nos entendemos: la única política lógica en materia de inmigración es la política de fronteras abiertas, todo lo demás son males menores y excepciones a la regla que sólo pueden aceptarse de forma transitoria. En épocas de globalización, esta verdad se vuelve imperiosa, descarada, omnipresente, primaria. Pero la globalización progre-multimillonaria habla de abrir las fronteras al capital y a los bienes y servicios, pero no a los trabajadores, no al ser humano. Para este, la frontera sigue cerrada.

Fronteras abiertas e integración del inmigrante, que debe estar obligado, forzado, a aceptar y respetar, no ya los principios del país de acogida, sino sus normas de convivencia. El problema del actual Gobierno español -en este aspecto aprecio al de Aznar- es que la única norma de convivencia vigente hoy en España es que no pueden existir normas, y el único estilo de vida es la tolerancia. Ahora bien, la tolerancia no es un principio, sino el respeto a los principios ajenos. Dicho de otra forma, ¿cómo pretendes que respeten tus creencias cuando no crees en nada? Y el mismo principio se aplica, no sólo a las creencias, sino también a las costumbres. Por ejemplo, respetar el estilo de vida y acomodarse a la puntualidad laboral occidental, que exige dejar dormir al vecino a partir de las 12 de la noche, incluso antes. Y si el musulmán considera que debe descansar en viernes, lo siento muchísimo : En España, se descansa en domingo. Y si ese mismo musulmán considera que toda mujer que viste falda por la rodilla o no se cubre el pelo es una prostituta, habrá que darle un par de mamporros para que aprenda a respetar a la mujer. Y así con todo.

Para el PSOE, que en seguida llama racista y xenófobo a quien no piensa como él, la adaptación de la inmigración se circunscribe al puesto de trabajo y a la cotización a la Seguridad Social. Si tienes trabajo estás integrado, de otra forma, estás en el gueto y los socialistas son tan filantrópicos que no pueden sufrir ver a alguien en el gueto : le deportan. Es una mentalidad economicista de lo más lamentable: los socialistas consideran que hay que superar el racismo del Partido Popular, pero su superación del racismo consiste en que nadie pueda aprovecharse de las prestaciones públicas españolas (especialmente, de la sanidad) sin aportar algo a cambio (cotizaciones sociales e impuestos de todo tipo). 

Es decir, el PSOE tiene una mentalidad calvinista, capitalista y progresista, tres términos que se han convertido en sinónimos. La integración laboral no es mala forma de integración, pero no puede ser la única. En primer lugar, porque quien abandona su tierra en busca de una vida mejor puede hacerlo simplemente porque le viene en gana, porque en su país domina un tirano o porque no se le deja desarrollar sus creencias, sus ideologías o sus capacidades. También él tiene derecho a entrar en España. Recuerden a aquel inmigrante recién salido de una patera y entrevistado por un canal de televisión:

-¿A qué viene usted a España?

-A comprar un piso -fue la respuesta, en un inglés de andar por casa pero muy inteligible.

¿Comprenden? Occidente es un sitio donde la gente tiene pisos en los que protegerse. Y eso que no conocía a nuestra ministra de la Vivienda.

En segundo lugar, porque quien viene en busca de trabajo en Occidente empieza a buscarlo aquí, no en su tierra. Si las oficinas del Instituto Nacional de Empleo no sirven para casar oferta y demanda laborales en un barrio de Madrid, imagínense cómo se desenvolverán en Perú.

¿Qué se consigue contra la actual regularización del Gobierno Zapatero? Pues, aumentar las mafias del trabajo inmigrante, favorecer la explotación laboral, la entrada de delincuentes (nada más fácil para un delincuente que simular un trabajo), con el correspondiente aumento de la inseguridad ciudadana, y, de paso, descapitalizar a los países de sus mejores elementos, dado que la política de inmigración no va acompañada de una política de ayuda al Tercer Mundo y, sobre todo, de la desaparición de las subvenciones a los productos occidentales que  compiten con el mundo pobre, y que es lo que más acrecienta la pobreza entre los más desfavorecidos. Es decir, precisamente todo aquello que, según el ministro de Trabajo, Jesús Caldera, y su inefable responsable de Inmigración, Consuelo Rumí, se trataba de evitar. Los progre-socialistas, que aún conservan aquellos reflejos de la izquierda clásica más bobalicona, consideran que el empresario es el culpable de todo. A ver si nos entendemos: el problema no es que haya empresarios que no pagan la Seguridad Social de sus empleados inmigrantes sin papeles. El problema más sangrante de la inmigración es el de aquellos empresarios que cobran (no pagan, cobran) a los inmigrantes por tenerlos en plantilla, cuando realmente no aparecen por allí sino una vez al mes, momento en el que hay que abonar las cuotas de la Seguridad Social... más la comisión del patrón. Así, cuando llevan un año en la Seguridad Social, el Gobierno les concede los papeles sin ninguna pega.

No, integrar al inmigrante, que es maravilloso, es otra cosa. Es acogerle y enseñarle sus derechos y sus obligaciones, tenga o no tenga trabajo. Y con control de fronteras, que no significa fronteras cerradas. Y discriminando positivamente a los hispanoamericanos, quienes deberían tener una preferencia, que tanto el Gobierno del Partido Popular como el del PSOE les niega.

Y con control interno, porque en la España de hoy, con esta maravillosa política zapateril que confunde a la persona con el ciudadano, al ciudadano con el trabajador y al trabajador con el contribuyente (y con el cliente), nos olvidamos de que las personas son algo más que unidades económicas.

Verán. Hay dos modelos de inmigración. Uno, basado en las fronteras abiertas, ha sido el vigente en todo el mundo y durante toda la historia, hasta el homicida y egoísta siglo XX. Se trataba de fronteras abiertas sin Estado del Bienestar. Es el modelo que convirtió a Norteamérica en la gran potencia mundial. A nadie se le impedía la entrada en Estados Unidos, pero tenías que buscarte los garbanzos desde el momento en que desembarcabas.

Por otra parte, está el sistema judío. En Israel, se abrieron las fronteras porque se trataba de recoger a los judíos del mundo tras casi 2.000 años de diáspora. Por tanto, no podía hablarse de fronteras abiertas, sino todo lo contrario. Algo, sin duda, reprobable. Ahora bien, aun con esa limitación, los israelíes se han mostrado como los mejores integradores del planeta. A todo recién llegado, independientemente de su raza (los hebreos se han mezclado a lo largo de los siglos, y como identidad común es hoy más importante la religión que la raza), se les sometía a un proceso de inmersión rápida en la sociedad israelí. Por lo menos, esos cursillos duraban seis meses. El recién llegado aprendía el idioma, las costumbres, sus derechos y sus obligaciones como ciudadano de Israel, incluso el de defender los principios de su nuevo país, si era necesario, con la sangre. Y es que los israelíes sí creían en algo, aunque ese algo fuera el sionismo.

Ahora bien, no creo que la inmersión sea lo que pretende Consuelo Rumí. Para el Zapaterismo lo único que importa es que muchos inmigrantes paguen impuestos y, de paso, que les queden muy agradecidos, y a ser posible obtengan pronto el derecho a voto en España.

O sea, que más que en el Zapaterismo, vivimos en la zapatiesta. 

Eulogio López