Teología india, Iglesia autóctona, sacerdocio uxorado diaconado permanente. La terminología progre siempre ha sido muy hortera. Porque todo estos conceptos no son más que eufemismos que desean lo que tantos seres humanos han deseado desde hace unos 21 siglos: una religión a la carta.

En definitiva, la diócesis de Chiapas, que es al subcomandante Marcos lo que la serranía andaluza a los siete niños de Écija, quiere un catolicismo más sencillo, porque la vieja doctrina, qué quieren que les diga, es poco light, sufrida. Por eso quieren un sacerdocio a la medida, compatible con la cosa del erotismo para cargarse el voto de castidad, con la iglesia popular para no tener que someterse a Roma, es decir, cargándose el voto de obediencia, y en nombre de los pobres y desheredados, lo que exige viajar mucho por el mundo, participar en muchos congresos, simposios y seminarios, siempre con el power point a mano, siempre arrastrándose por hoteles de lujo, ya saben la vida de un esforzado intelectual. Es decir, cargándose el voto de pobreza.

Bajo el título Desobediencia a la Iglesia Universal, Federico Müggenburg, en la página Yo Influyo, nos explica mejor que bien el pulso entre los clérigos trabucaires de Chiapas y el Vaticano y yo no puedo añadir otra cosa que un par de reflexiones del cardenal Ratzinger, es decir de Benedicto XVI antes de acceder al solio pontificio.

La primera nos habla de esas ovejas que, mientras les traen de vuelta al aprisco aprovechan, con la mansedumbre que les es propia, a arrearle feroces bocados en el cuello al buen pastor.

La segunda fue narrada por el mismo Papa en una de sus conversaciones con el periodista alemán Peter Seewald: hablaba de aquel cura hispano que le contaba al entonces prefecto del a Sagrada Congregación para la Doctrina del Fe, la edificante historia de aquellos indígenas de no sé qué altiplano que fueron a visitar a su obispos para advertirles que, todo su pueblo, en masa, había decidido pasarse al protestantismo. La razón era que se mostraban muy agradecidos a los curas católicos que les habían traído luz y agua potable al pueblo pero que, ahora que disponían de un más elevado nivel de vida, habían decidido que querían tener una religión.

No hay dos iglesias, la oficial y la popular, sino la buena y la mala.