Sr. Director:

Ayer, oí a Pedro J. en la COPE, y me quedé perplejo. Existe una mentalidad de lo políticamente correcto, que en el fondo es de lo incoherente e hipócrita, que, para los que aún no hemos claudicado ante la dictadura del relativismo, nos quedamos, efectivamente, perplejos de cómo se ha tratado el tema del aborto estos días por todos los políticos y los medios de comunicación. 

Qué incongruencia supone manifestar que es un asesinato abortar a un feto de 31 sema nas, que también, pero no sólo hasta ese plazo. Se cae por su propio peso, no tiene la más mínima consistencia racional. Pero vamos a ver: ¡Si la comunidad científica no alberga la más mínima duda de la existencia del comienzo de la vida humana desde el mismo instante de la concepción! Entonces, ¿de qué estamos hablando? Nadie ha sido  capaz de decir eso: lo coherente, lo cierto, ante lo desgarrador y lacerante.   

Hasta cierto punto, comprendo los desvaríos feministas de la izquierda, que no dejan de ser, coherentes dentro de su incoherencia: ampliar el aborto a plazos, o cuasi libre. Ahora bien, a la derecha no la comprendo, o quizás, demasiado. En vez de aprovechar la apertura del debate sobre el aborto para fijar sin complejos que la sentencia del TC de 1985 fue un dislate, se encogen de hombros, y se limitan a decir que se cumpla la ley, que sí, pero insuficiente. Cuando todo el mundo sabe que las actuales indicaciones sobre el aborto son una auténtica tapadera: ahí tenemos los cerca de 100.000 abortos al año en España, y el 90% por causas psíquicas, es decir, abortos impunes. Quizás, también la derecha padece de esta enfermedad, que aqueja a esta sociedad amoral, relativista e insolidaria con los más indefensos: los  nasciturus.

Como decía Julián Marías, una sociedad que permanece ajena a esta lacra social, es un claro síntoma de su degradación y corrupción. Ya sólo el hecho de contemplar como indicaciones para abortar las malformaciones del feto o la violación, es cargarse el principio ontológico de la vida, y supone una filosofía rayana con desvaríos históricos que han marcado desgraciadamente al s. XX, y de los que al parecer, no hemos aprendido.

Con esto, no quiero decir que la única solución para combatir esta terrible lacra sea la penalización del aborto. Por supuesto que no: hace falta ayudar a las madres o familias con necesidades; habría que formar con criterio y responsabilidad a los jóvenes sobre el uso de la sexualidad, desde luego no a través de EpC; se tendrían que idear, entre otras cosas, sistemas para combatir el aborto con las adopciones; y cambiar las políticas erráticas y permisivas de muchos Ayuntamientos y CCAA, para favorecer la diversión. Pero, en cualquier caso, la ley no puede ser una tapadera del crimen al más indefenso y desprotegido. En el fondo, lo que subyace es una sociedad permisiva, relativista e insolidaria de la que políticos y medios se retroalimentan de estas aberraciones, escondiendo la cabeza debajo del ala, porque les da miedo mirar a la cruel y salvaje realidad, nunca mejor dicho.

Y, estas ideas, no se sustentan necesariamente por postulados cristianos o ultracatólicos -como les gusta decir, para descalificar, a la izquierda-, que también, pero, antes que nada, es lo propio del ser humano (racional, libre y responsable), ya sea de izquierdas o de derechas, es lo propio e inherente a la misma naturaleza humana, que al parecer, reniega de ser tal, y que hasta los mismos animales -salvo algunas excepciones- son incapaces de comportarse de forma tan salvaje como los humanos.

Éste es el mensaje que no he visto reflejado en los medios ni en los políticos; éste es el mensaje que se ha hurtado a sociedad; éste es el mensaje que nadie quiere sacar a la palestra por incómodo, políticamente incorrecto, y porque levanta ampollas ante una sociedad adormecida y narcotizada por el individualismo egoísta y carente de valores. ¡Cuánto queda por hacer, y qué responsabilidad la de quienes lo vemos tan claro! Esta sociedad necesita, cada vez más, de políticos, periodistas, ciudadanos, capaces de no claudicar ante los derechos humanos fundamentales -derecho la vida-, sin los cuales, ningún otro es posible.

Javier Pereda Pereda

javier.peredapereda@gmail.com