No es verdad, aunque lo parezca, que la carrera de economista produzca agonías. Estoy seguro de que existen especialistas de tan egregia profesión que todavía miran al futuro con cierta esperanza. Cierto es que no conozco a ninguno pero seguramente es culpa mía.

Pues bien, resulta que los ya famosos 100 economistas impelen al Gobierno a una reforma de las pensiones donde el cálculo del importe de jubilación se realice según toda la vida laboral. Es decir, reducir las pensiones por la vía de las matemáticas y con el acuerdo de todos los partidos. Es sabido que cuando los políticos quieren fastidiar al pueblo deben hacerlo por consenso, en cuyo caso todo el mundo cierra el pico. El disenso exige coraje aun cuando te estén fastidiando y, además, no olvidemos que el susodicho pueblo tiene poco acceso a los canales de comunicación.

Pero lo peor de todas estas reformas es que siempre abordan las consecuencias pero nunca las causas. Las causas del déficit de las pensiones es muy sencillo: occidente no tiene hijos. Como no hay hijos no hay contribuyentes y como, además, aumenta la esperanza de vida, pues resulta que tenemos una pirámide demográfica invertida y no hay dinero para pagar las pensiones ni, claro está, para reducir los altísimos impuestos laborales que realizan la creación de empleo. Un círculo vicioso en toda regla.

Y ojo, porque las empresas se están defendiendo de los altos impuestos laborales con la trampa de los falsos autónomos: cuentapropistas que sólo trabajan para una compañía.

La única forma de solucionar el problema de las pensiones no es emplear trucos para reducir las prestaciones ni aumentar los impuestos ni crear un sistema de pensiones privadas. Cada vez que oigo una alabanza a los fondos de pensiones privados miro el rendimiento de dichos fondos, que dependen de la bolsa y la deuda pública, y que en muchas ocasiones no consiguen ni superar la inflación. En otras palabras, los fondos de pensiones no sirven para pagar las pensiones sino para alimentar la especulación bursátil. El sistema de reparto resulta mucho más equitativo, y más rentable, que los alabados sistemas de capitalización.

Por tanto, o nos atenemos a las propuestas de economistas, es decir, al reparto de la miseria o bien fomentamos la natalidad que, en España, ni tan siquiera cubre la tasa de reposición.

Y tras la incorporación de la mujer al mundo laboral, la única forma de aumentar la natalidad consiste en crear el salario maternal, una prestación pública para toda española que tenga hijos, al menos hasta su edad escolar. E insisto: no es una limosna: es un derecho, porque la mujer está ofreciendo a la sociedad lo que ésta más necesita -contribuyentes- y porque es la única forma de que la mujer no quede discriminada frente al varón en su carrera laboral. Es sabido que las empresas prefieren hombres porque no tienen hijos.

Lo otro, lo de ampliar el periodo de computo o reducir la edad de jubilación no está mal, pero no deja de ser reparto de la miseria o conculcación, a última hora, de derechos adquiridos.

Y es que todos los problemas económicos suelen tener un origen demográfico.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com