Sr. Director:

Nadie medianamente conocedor de la Historia de la Iglesia podrá negar el cambiazo que se dio en la personalidad de Pedro, el primer Papa, en vida de su maestro Jesús y tras su resurrección.Históricamente, fue de tal magnitud, que aún hoy día, constituye un serio reto, para los ateos. Con datos incontrastables, se sabe que Pedro, en vida de Jesús, fue un desconocido pescador de Galilea, casado, sin estudios, ignorante, seguidor de Jesús por motivos espurios, ambicioso de gloria terrena e ilusionado por un Reino mesiánico, de gran corazón, impulsivo, algo bocazas entre el grupo, cobarde, presuntuoso, traidor a su Maestro a quien abandonó y negó conocer ante la acusación de una mujer. Miedoso y escondido, no cree en el anuncio y testimonio ajeno de la resurrección de Jesús… Pues bien, este Pedro es el mismo que poco tiempo después, habla y actúa como el líder del grupo ante las autoridades religiosas y civiles; que obra milagros, que aparece en el templo, que proclama en público sin miedo, pese a amenazas, cárcel y castigos de los sumos sacerdotes judíos -enfrentándose a ellos- que "deben obedecer a Dios, antes que a los hombres"-; que proclama a Jesús como el Mesías anunciado por las Escrituras y que acusa de deicidio a dichas autoridades; que predica en las calles y plazas, que insta a la conversión y que bautiza a los judíos que se lo piden. Unos 5000 de primeras.

Algo muy serio e inexplicable ha pasado en breve tiempo a Pedro. No busca honra, gloria, fama ni dinero, comparte lo que tiene, ayuda a la gente más pobre, llora su pecado ante todos y sus compañeros le consideran con la autoridad del Maestro.

Para los que creemos todo lo vemos lógico y natural. El "Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos" se ha hecho realidad en el primer Papa. S.Pedro, apóstol y mártir. Eso es todo.



Miguel Rivilla San Martín