Les recomiendo que lean, en Zenit, las palabras del observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas, monseñor Silvano Tomasi sobre la posibilidad de comerciar con material genético y microbiológico.

Recuerda el prelado, y el recuerdo resulta especialmente pertinente, que en el artículo 4 de la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos no puede comerciarse con el genoma. Que es exactamente lo que está haciendo el Gobierno español -y otros, como el norteamericano, desde la llegada de Obama a lo bestia- con los embriones humanos y sus células.

Echo en falta las palabras del representante vaticano una separación más clara entre el elemento biológico común y el elemento biológico humano que es algo totalmente distinto.

Con las patentes sobre la vida ocurre algo similar a con la usura. ¿Por qué la Iglesia condena la usura? Pues porque el usurero, es decir, el banquero, sólo vende tiempo, y el tiempo es algo que no viene dado, es un regalo del Creador (de la naturaleza, si lo prefieren, para no ofender a los buenos ateos) pero el caso es que no lo hemos comprado en sitio alguno. La frase mi tiempo es mío es una de las mayores estupideces que puede pronunciar un ser humano. Y, en el fondo, lo que la inmoralidad de la usura vuelve a manifestar es el hecho, inmoralísimo, de que el grande se aprovecha del pequeño, copa su tiempo, su espacio... y su cartera. La única ventaja que convierte al banquero en un ventajista es que ha acumulado más dinero -dinero de los demás- en un momento dado en una entidad dada.

Pero, en efecto, el hombre no es dueño de su genoma -¿Dónde lo ha comprado?- como no es dueño de su tiempo. Si va a comerciar con cualquiera de ambos, deben tener mucho cuidado. En el caso del genoma el asunto se vuelve, además, peligroso y tenebroso, porque el dinero sólo se desarrolla a la fuerza mientras que la vida tiende a creer y expandirse y, antes de que te des cuenta del huevo sale la gallina y te encuentras en el peor de los mundos: el de propietario de un ser libre. Y recuerden: sólo hay algo peor que convertirse en esclavo: ser esclavista.

Eulogio López

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