No hubiera costado ni 500 millones de euros que el Estado español (no un banco mandadero, sino el propio Estado) hubiera controlado Deoleo, es decir, la firma de aceite de oliva con las marcas más prestigiosos del producto español por antonomasia.

Es decir, no hubiese costado mucho que los ministros de Hacienda, Cristóbal Montoro, y de Agricultura -ahora cabeza de lista a las europeas- Miguel Arias Cañete (ambos en la imagen), cumplieran su palabra para que Deoleo no acabara en manos rapaces, las del fondo de capital-riesgo CVC.

Me aseguran en el Gobierno que toda cantidad empleada en conseguir que las decisiones de inversión se tomen en Madrid, no en Londres, sería considerada como ayuda de Estado. Por tanto, computaría a efectos de déficit. ¡Pues que compute caramba!, que por eso no nos vamos arruinar.

Me repiten que se trata de la llamada doctrina Sniace, donde el Nuevo Orden Mundial (NOM), de personalidad financista, ya hacía de las suyas. La papelera cántabra, como tantas otras empresas españolas, tenía como accionista de referencia, por tanto, como salvador, a una caja de ahorros, Caja Cantabria.

Y claro, eso no podría permitirlo la modernidad capitalista del NOM. Como era una caja de ahorros aunque competía con bancos privados, era como si se tratara del Gobierno: computaba en déficit. Hay que tener jeta.

La mentalidad cortoplacista del especulador se ha adueñado de las tierras hispanas. Lo cual, sinceramente, parece, cuando menos, grave.

El problema de la España actual es, como diría mi admirado Jaime Campmany, que tiene semen 'desmayado'.

Deoleo tiene que ser española como McDonald (es decir, la buena y la mala alimentación) no puede ser sino norteamericana. Lo que pasa es que el aceite de oliva es alimento mucho más noble que la mala carne picada.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com