En contra de lo que pueda parecer estoy en condiciones de afirmar que los jueces de Jaén no están chiflados.

Sin embargo, la titular del Juzgado de lo Penal número 3 de Jaén ha condenado a una madre que arreó una bofetada a su hijo de 10 años por haberle engañado y no hacer los deberes. La condena consiste en 45 días de prisión -no es coña- y orden de no acercarse al niño durante un año, razón por la cual no me gustaría estar en esa casa durante el próximo año ni sé quién se va a ocupar de él.

Fue un celoso profe quien dio parte de la salvaje agresión, y una jueza formidable, seguramente agobiada de trabajo, quien ha considerado que estamos ante una gravísimo delito, una agresión que supera el derecho de los padres a corregir a los hijos. Que no le pase nada a la madre, ni al niño quien  al parecer, le había tirado segundos antes una zapatilla a su progenitora, supongo que para defender sus derechos.

Publicábamos ayer un montaje -el nuevo género literario de Internet- que merece la pena repasar. En efecto, somos la primera generación que tuvo miedo de sus padres y ahora lo tiene de sus hijos o, por lo menos, esto último. Sobre los hijos quien manda es el Estado, en forma de juez o en forma de profe. Pero, ante todo, somos una sociedad -hablo de Occidente- donde hemos perdido el sentido de autoridad y el respeto a nuestros mayores, especialmente el respeto a nuestros engendradores, a los padres. Hemos sustituido a la familia, que se guiaba por el amor, por el Estado, que se guía por la coerción, con lo que hemos logrado reducir las libertad a sus límites legales, o sea, más bien escasos, porque la ley no es sino un conjunto de obligaciones.

Sigamos: Al no aceptar autoridad alguna, salvo la del Estado, la que se impone por la fuerza con jueces, policías, profesores -sí, también estos- inspectores fiscales, y Dirección General de Tráfico instituciones sanitarias y demás instrumentos del Estado y enemigos de la familia, resulta que al valor del orden se ha impuesto el de la libertad. ¿No se esperará nadie, supongo, que quien se burla de sus padres respete al resto de conciudadanos y al propio Estado? No les respetará, en tal caso les temerá, y golpeará a cualquiera que sea más débil que él o con quien pueda salir impune. Es de lógica.

¿Y qué tiene que ver todo esto con lo que ocurre en Euskadi, ahora que tenemos a otro inocente asesinado por los chicos de la independencia? Pues todo. En El País Vasco -es triste decirlo, proliferan la cobardía porque la gente tiene miedo, y el principal miedo es el de los padres hacia sus hijos. A los padres del PNV les han salido hijos de Batasuna, y los nacionalistas son los primeros en temerles. LeS han educado a lo juez de Jaén y ahora no pueden con ellos. Como les temen, justifican sus barbaridades y consideran que Ignacio Uría algo habría hecho o que, simplemente, como confesaba ante la cámaras de TV un vecino Azpeitia, la vida sigue, una manera de resumir aquello de el muerto al hoyo y el vivo al bollo. La cobardía reina en el País Vaco porque los primeros que temen a los etarras son sus padres, los suyos, y, por eso, el culpable es la víctima. Puro síndrome de Estocolmo.

Y es que no se puede terminar con el principio de autoridad familiar y trocarlo por el poder del Estado sin pagar las consecuencias. Sobre todo porque la autoridad no se impone, el poder sí.

Pta: Por cierto, el miedo a los hijos viene acompañado del miedo a toda aquella víctima protegida por el Estado. Ahora también hay miedo a la mujer y a los gays. Pero esa es otra historia.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com