La Asamblea Nacional gala ha autorizado una ley que concederá un permiso laboral de casi un mes, para asistir a un aquejado terminal, con una ayuda de 49 euros diarios.

 

Este subsidio era una de las propuestas de mejora de la ley en relación con el final de la existencia del paciente terminal, expuestas por la comisión Leonetti que suprimió la eutanasia.

Esta medida favorecerá a los mortales que interrumpan su fajina para custodiar, en su hogar, a un pariente que esté cercano al último suspiro. De este modo se auspicia también el ansia de fallecer en su morada, y no en una policlínica, anhelo que tienen todos de estos enfermos terminales.

Marie Hennezel, directora de un grupo de cuidados paliativos, asevera que en su servicio han velado a mortales que padecían una desmejora profunda del semblante, por las secuelas del carcinoma, con alteraciones tan patéticas como las que soportó la francesa Chantal Sébire. "Personas que expresaban su deseo de morir".

"Jamás las familias han encontrado inútil o absurdo este tiempo. Se turnaban a la cabecera del enfermo terminal, en este último ritual de oblación que da sentido a los momentos finales". La psicóloga francesa atestigua que este "dejar morir" es diferente de la eutanasia. Permitíamos a una persona que, al final de sus sufrimientos, partir dulcemente y no brutalmente, como ocurre cuando se administra una inyección letal.

Régis Aubry, encargado de poner en marcha el plan de cuidados paliativos del Ministerio de Sanidad, ha declarado a Le Monde que esta medida es importante tanto desde el punto de vista práctico como simbólico: Una sociedad que es capaz de conceder esta atención y estos medios a los enfermos terminales, es una sociedad que tiene porvenir porque piensa en el hombre.

Juan Pablo II declaró que la tentación de la eutanasia, adueñarse de la muerte, de modo anticipado y poniendo así fin a la propia vida, se presenta absurda e inhumana. Nos encontramos ante la cultura de la muerte que avanza en las sociedades del bienestar.

Clemente Ferrer 

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