Sr. Director:
Los acontecimientos de nuestra apasionante vida política y social se suceden de forma tan vertiginosa que apenas queda tiempo para asimilarlos.

Así, la situación de Bankia y su repercusión en el sistema financiero ha eclipsado lo acaecido en la reciente final de la Copa del Rey. Desde las instituciones se le ha querido restar importancia al orquestado aquelarre nacionalista para evitar motivos de confrontación.

No obstante, resulta poco edificante -como viene siendo habitual- la omertá institucional, salvo contadas excepciones, de los distintos órganos que deberían denunciar estos hechos en vez de mirar para otro lado. El aforismo jurídico "Qui tacet, consentire videtur": "el que calla, consiente", viene siendo la tónica en muchos de los comportamientos de determinados sectores de la clase política, que prefieren callar antes que complicarse la vida, en una sociedad cada vez más relativista y nihilista, en donde prevalecen el resultado, la oportunidad, la conveniencia, o la cobardía, antes que defender determinados principios y valores.

Que los dos equipos de fútbol con mayor carga nacionalista de la Liga española, FC Barcelona y Atletic de Bilbao, disputen una final en la centralista Madrid, es el escenario perfecto -casi una provocación- para reivindicar ante los medios de comunicación su nacionalismo e independencia, y de paso, insultar a las instituciones y a todos los españoles, eso sí, invocando la libertad de expresión.

Pero, como siempre, los últimos responsables de estos actos antidemocráticos no está en el anonimato de la vandálica masa fueteovejunesca, sino que surge de la instigación, inducción y cooperación necesaria, de forma premeditada y alevosa, desde el mismo Congreso de los Diputados, en donde Amaiur -partido proetarra, legalizado por el Tribunal Constitucional con la complicidad del entonces partido en el Gobierno- enciende la mecha, y le secundan CiU, PNV, BNG e ICV, porque -con expresión gráfica de un líder nacionalista vasco- existe un "reparto de papeles": unos mueven el árbol, y otros recogen las nueces.

El nacionalismo durante estas tres últimas décadas ha llegado hasta donde le han permitido los partidos constitucionalistas. La falta de lealtad institucional y respeto al consenso de 1978 auspiciada por los partidos de gobierno, ha ido alimentando cada vez más al monstruo nacionalista, a cambio de formar coaliciones de poder conforme a la Ley electoral, y han llevado a situaciones de quiebra de la solidaridad territorial, como la aprobación del estatuto catalán, manifiestamente inconstitucional, que tuvo que depurar el Tribunal Constitucional.

Los nacionalistas han hecho valer sus votos para  formar gobiernos, y a cambio han exigido y se les ha aceptado todo tipo de prebendas y chantajes secesionistas, incluido el rechazo y odio a todo lo que es español. Ahí tenemos la inmersión lingüística que conculca el derecho a la lengua común de todos los españoles, la prohibición de los toros, por ser símbolo emblemático de la cultura nacional, o las costosas e innecesarias traducciones en el Senado.

Eso sí, a la hora de pedir transferencias y en lo atinente a la pela ahí no hay independencia. Todo ello pone de manifiesto la grave crisis institucional y moral que padecemos, tan o más importante que la económica. Al menos nos queda la esperanza de que con la Eurocopa, la selección nacional española de fútbol -con su himno y bandera- será sin duda un elemento de unidad y cohesión entre todos los españoles.

Javier Pereda Pereda