Si alguien no lo remedia, y parece que nadie quiere, remediar, la reunión de Hong Kong de la Organización Mundial del Comercio (OMC) va a terminar en nada. Ni Estado Unidos ni la Unión Europea quieren ceder en el mayor problema con el que hoy se enfrentan los países pobres: las subvenciones agrarias norteamericanas (las Food & Farm Acts) y las europeas (PAC) hacen prácticamente innecesarias las tradicionales políticas de aranceles y contingentes. Es decir, que el Tercer Mundo ha aprendido a producir en ocasiones a costa de bajos salarios- pero no pueden vender sus alimentos en Occidente ni tan siquiera en su propio país, dado que los agros del Primer mundo están subvencionados.

Si los globalifóbicos no fueran tan tontos, sólo tendrían eslogan. Acabemos con las subvenciones agrícolas (en la Unión Europea, esas subvenciones suponen un 45% del comercio comunitario) a los dos lados del atlántico.

Respecto a la ayuda alimentaria, que es la excusa-acusación empleada por Bruselas contra Estados Unidos para no reducir sus subvenciones, estamos ante un arma de doble fil es cierto, como firma Washington, que enviar alimentos al tercer Mundo es la mejor manera de evitar que la ayuda al desarrollo acabe en manos de tiranos corruptos. Se pueden vender los alimentos destinados a alimentar a la población -el dictador norcoreano Kim Jong Il, conocido en su país como Querido líder, es un experto en la materia- pero digamos que existe un esfuerzo suplementario y los dictadores suelen ser gente perezosa.

Veamos. En principio, la globalización es un proyecto excelente, además de posiblemente inevitable. El libre comercio es un gran principi no agota los derechos humanos como pretenden algunos, pero es libre y fomenta las relaciones entre los pueblos. Sólo que debe hacerse desde la igualdad de oportunidades. Es decir, hay que suprimir las subvenciones y desgravaciones y hay que marcar unas condiciones salariales mínimas, pongamos un salario mínimo mundial y unas condiciones mínimas de trabajo, las que señala la OIT, que no hay que inventar nada nuevo (no al trabajo infantil, etc.).

En segundo lugar, no habrá libre comercio si no se admite la libe circulación de todos los factores de la producción. Es decir, no sólo del capital y de bienes y servicios, sino también de trabajadores. En definitiva, si no se abren las fronteras a la inmigración no podrá hablarse de globalización justa.

Pero la verdad es que el egoísmo occidental no está dispuesto a aplicar dos medidas meridianamente claras para todos. La derecha capitalista quiere mantener sus privilegios, por lo que cierra sus fronteras y mantiene las subvenciones para no perder las elecciones. El Tercer Mundo, mientras tanto, continúa explotando a su propia gente con salarios de miseria lo cual aprovecha el mundo rico a través de la deslocalización de empresas- y Occidente prefiere mantener su riqueza a salvo y no compartirla con los inmigrantes. No podrá detener el flujo migratorio y acabará por perder sus privilegios, pero, mientras tanto, continúa enzarzado en enfrentamientos inútiles, mientras la izquierda bobalicona sigue viendo a la OMC como un adversario, cuando debería ver a su mejor amigo.

Lo de Hong Kong parece un fracaso anunciado. De hecho, no podría salir bien.

Eulogio López