Sr. Director:
La percepción dominante en Occidente es de absoluto pesimismo.

 

La crisis económica ha terminado de dar la puntilla. No hay aspirante firme a la hegemonía mundial, y los occidentales arrojan la toalla. Quizá porque gobiernan un planeta que ya no comprenden. Pueden conquistar Kabul o Bagdad, pero no saben cómo manejar a sus gentes.

 Las armas y el dinero no bastan; el dilema de los occidentales es que sólo tienen eso. Ya no saben quiénes son, y por eso son incapaces de comprender al resto. Tienen miedo a todo. Coquetean con el suicidio. Disparan contra sus propias raíces. Es sintomático el veto del alcalde de Nueva York a las plegarias en las conmemoraciones del 11-S, igual que la violencia contra los peregrinos en la JMJ, minoritaria, pero tolerada desde influyentes sectores. En Australia, el Gobierno quiere sustituir las expresiones "Antes" y "Después de Cristo" por referencias neutras…

En realidad, el viejo Occidente quisiera jubilarse en Mallorca, y disfrutar de la vida a cuerpo de rey durante lo poco que calcula que debe quedarle. Pero la era colonial ha terminado. El poder occidental no da para aislarse. Occidente no puede seguir derrochando ya sin contar con el resto. Ése es su problema: tener que convivir con todo ese mundo que no comprende y que, por alguna extraña razón, sí conserva las ganas de vivir, y por eso viene pisando fuerte.

Jesús Domingo Martínez