El comisario europeo de Economía, el español Joaquín Almunia, era un figura en la elitista Comercial de Deusto, donde estudio las dos carreras: derecho y economía. Siempre ha sido un economista de mente clara y modales insoportables, que todo es compatible. Ahora acaba de lanzar una advertencia que todos los gobiernos europeos deberían tener muy en cuenta: no es posible continuar con el modelo actualmente vigente, la sociedad 25 por 3. Es decir, 25 años de formación, 25 de vida laboral y otros 25 (si no más) de jubilado, o clase pasiva receptora de una pensión. Con muy buen criterio, Almunia advierte que hay que terminar con las prejubilaciones, verdadero cáncer del mercado laboral europeo, y en una entrevista con el diario francés Libération, aporta un dato : en 2050, la UE contará con 58 millones más de mayores de 65 años y 48 millones menos en edad de trabajar, por lo que habrá dos activos por jubilado, en lugar de los cuatro actuales. A ese rimo, no hay seguridad social ni sistema público de pensiones que pueda aguantar. Y eso que la mayoría de los países elabora las cuentas ahora de forma distinta a un lustro atrás: el siempre creciente gasto sanitario ha desaparecido de las cuentas de la Seguridad Social.

Como terapia ante tamaño diagnóstico, Almunia propone terminar con las prejubilaciones y alargar la edad de jubilación. Hasta aquí, todo muy loable. No añadió la necesaria apertura de fronteras a los inmigrantes, aunque sabe que eso es lo que está alargando la validez del actual sistema. Pero aún más llamativo, y poco loable, resulta que Almunia en ningún momento mencionara la causa de este considerable desastre: la bajísima natalidad europea que ha envejecido la población del no sin razón llamado viejo continente, cada vez más un continente viejísimo. Si Europa tiene que retrasar la edad de jubilación es, sencillamente, porque esa generación que ahora se jubila, no ha querido tener los hijos que ahora deberían ser los contribuyentes que pagaran las pensiones de su padres y abuelos. Almunia no planteó ningún incentivo de la natalidad, como por ejemplo, la necesidad de subir salarios y de reducir el precio de la vivienda. Eso lo consideraría reaccionario.

He aquí como un socialista capaz no da en el clavo porque su sectarismo ideológico, en este caso la obsesión antinatalista de la izquierda europea, no se lo permite.