Probablemente, el concepto clave del pontificado de Benedicto XVI sea éste: relativismo. Para profanos en filosofía, yo mismo, lo mejor es traducir el relativismo como el hortera de mi paisano Campoamor: Nada es verdad ni nada es mentira, todo dependen del color del cristal con que se mira.

Y entonces surge la primera contradicción: Si nada es verdad ni mentira, tampoco lo es ese primer mandamiento liberal. Ya saben: Si todo es opinable ya hay algo que no es opinable: precisamente en que todo sea opinable. El hombre sólo comienza a pensar, y a concluir, que es más importante, a partir del dogma, sea dogma religioso, filosófico, científico o taurino.

Vuelve el Papa a recordar que, aunque en principio semeje lo contrario, si no se cree en nada no puede haber libertad. El relativismo no es la base de la democracia, sino la máscara de la tiranía.

¿Y cómo podemos traducir al laico el relativismo? Pues relativismo es lo que en lenguaje político calificamos como progresismo. Al final, el progresismo en el Occidente actual se ha convertido en un abajo los curas y arriba las faldas pero mucho me temo que con eso no construimos doctrina alguna, ni tan siquiera una ideología. El progresismo es una chorrada, una chorrada peligrosa, porque en la práctica resulta liberticida.

De cualquier forma el progresismo es lo políticamente correcto, lo que nos lleva a concluir que el discurso social imperante es eso: a una nada liberticida.

Pero quédense con las palabras de Benedicto XVI sobre el relativismo, no con mi traducción política, que yo soy mucho más simple que el Papa.

Eulogio López

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