Las obras que el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón realiza en Madrid, en todo Madrid, han convertido la capital de España en un caos circulatorio, donde la movilidad sólo es posible gracias a la buena red de metro. Sin embargo, las obras en superficie son de tal calado que también están afectando al metro, donde abundan los cortes. Así, en la hora punta de la mañana del viernes se estropeó la línea circular del metro, lo que provocó una sobresaturación del transporte público de superficie. La ciudad se convirtió en un verdadero caos y cientos de miles de personas llegaron tarde al trabajo. Los problemas en el metro no dejan de aumentar a medida que se intensifica el ritmo de las obras. Para Gallardón, sin embargo, todo el mundo estará contento cuando las obras finalicen, poco antes de que comience la campaña electoral de las municipales de 2007, aunque el objetivo de Gallardón es la Presidencia del Gobierno. Mejor será que los madrileños tengan poca memoria.

El alcalde de Madrid no ha convertido Madrid en un caos, como Roma, sino en un monstruo mil veces más dañino para la mente humana que el caos: el orden de una ciudad hiper-regulada, archi-reglamentada, donde ir de un barrio a otro exige una adecuada programación de aceras, y donde para circular en automóvil se precisa de una guía de instrucciones para sortear todo tipo de obstáculos, que, además, cambian cada semana.

El caos nunca produce locura: las obras y sus correspondientes y agobiantes atascos, incomodidades, regulaciones y prohibiciones, llenan las consultas de los psiquiatras.