Ni rumores maliciosos sobre rebaja de rating ni desprestigio del Gobierno Zapatero, aunque ambas cosas sean ciertas.

Lo que se vivió el martes en la Bolsa de Madrid fue un ataque en toda regla contra España, un ataque previsto. Los especuladores son tan estúpidos como fatalistas. Juegan a una España en baja porque, tras la ayuda oficial a Grecia, ahora saben que si España cae también será ayudada porque el espectáculo de la compra-venta de títulos debe continuar. España será ayudada del mismo modo que lo fueron los bancos norteamericanos en 2007 y 2008. Y, tras las entidades gringas, también fueron ayudados los especulativos bancos británicos, alemanes, suizos, holandeses, franceses, etc. Curiosamente, no los bancos españoles.

¿Qué deberíamos hacer? Pues, naturalmente, dejar quebrar a los bancos en quiebra y dejar caer a los Estados en quiebra. En este segundo punto, hay que distinguir lo que nunca distinguimos: hay que dejar caer la deuda griega y las ayudas a los griegos, no comprando su deuda para que siga creciendo la bolsa, sino con ayudas directas. Cuando tu hermano no puede pagar la hipoteca no le ayudas subrogándole su crédito o avalando la refinanciación del mismo (o sea, más intereses salvo que se trate de amigos del Gobierno, como PRISA o Mediapro, en cuyo caso no se refinancia, se lo regalas). No, cuando tu hermano no puede pagar la hipoteca de su piso le ayudas dándole dinero para crear, cuanto antes, el crédito vivo. Pues lo mismo con los países y los pueblos. La historia de la Unión Europea es la historia de los fondos comunes, o trasferencia de rentas de los países ricos a los países en desarrollo. Pero se dan dinero, no préstamos.

Hemos permitido que los mercados financieros controlen la economía occidental y hemos convertido a esos mercados en nuestra referencia vital. Y las bolsas, no lo olvidemos, son tan estúpidas como codiciosas. Lo suyo es el fatalismo, ese determinismo morboso que les hace caer allá donde ellos mismos sospechan que pueden caer. Lo propio de las bolsas, y de la economía financiera entera, consiste en crear un bulo y luego darle consistencia, en crear una imagen -por lo general morbosa- y luego convertirla en realidad.

Conste que no estamos viviendo una conspiración contra España. Los mercados son tan idiotas, los especuladores son tan necios, que no se mueven por conspiraciones sino por consensos. Ellos mismos hablan de consensos de mercados y es la descripción misma de su idiocia. Crean un bulo, el bulo corre, eso sí, a toda velocidad y en cuestión de minutos, cuando se abren los mercados, dan órdenes de venta y hunden el Ibex: es decir, han convertido su pesadilla onírica en tragedia real.

¿Cómo acabar con ello? Contra la especulación sólo caben -siento decirlo- impuestos. Toda actividad bursátil especulativa, es decir, todas las operaciones del mercado secundario -no todas, pero sí casi todas- deben ser gravadas, no para recaudar sino para desanimar.

Al mismo tiempo, las empresas deben acudir directamente a la financiación del público y a encarar su crecimiento con su propia generación de recursos, con fondos propios, con su propio dinero. Como hacen las familias que no se han vuelto locas. Y si no, a la deuda bancaria. Pero, en cualquier caso, desapalancar la economía. Dejemos de invertir a crédito y pongamos en juego nuestros fondos propios: me dirijo a los profesionales, las pymes, las grandes empresas y hasta al propio Estado. El camino de arriesgar nuestro propio dinero, y no el ajeno, que siempre conlleva intereses, siempre será más sensato que confiar el futuro al casino bursátil, un monstruo depredador pero, aún peor que eso, ciego y tonto. Hay que hacer lo contrario del negocio del gallego: Loisiño, los negocios hay que hacerlos sin dinero, porque si uno pone los cuartos puede perderlos. Y, naturalmente, funcionar con fondos propios significa no tener prisa por crecer y animar la tendencia a crecer, por vías orgánicas.

Es decir, debemos ir a una nueva economía, debemos recuperar el sentido de la propiedad privada que es como el estiércol: estupenda con tal de que esté bien repartida y no en manos de intermediarios.

Y esto es más cierto en España que en ningún otro sitio, porque el pecado del anglosajón es la especulación, el del español, el apalancamiento.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com