Indra, Repsol, los dos grandes bancos, Iberdrola, Gas Natural, Fenosa, etc, etc. Son otras tantas empresas cuyos rectores oscilan entre dar cabida en su accionariado a socios industriales o financieros. Los socios industriales –o bancarios- son más firmes en su permanencia mientras a los fondos no les puedes exigir permanencia: son especuladores que compran y venden según la evolución del mercado. Por cierto, por eso muchas empresas –ejemplo, Mercadona y El Corte Inglés- prefieren no cotizar en bolsa. Y también por ejemplo, empresarios de éxito –Amancio ortega en Inditex- o compañías asentadas -como Mapfre- que sí cotizan, se preocupan de mantener el 50 1 el capital.

Así que todos ellos deben elegir entre núcleo duro o fondos institucionales. Lo malo de los núcleos duros es que se pueden cabrear con el presidente y exigirle la dimisión. O sea, lo que conocemos como desestabilización de la empresa. Y todos sabemos que, en empresa y en política, un tan noble vocablo como estabilidad sólo significa justamente eso: pueden quitarme el puesto. Lo que a los poderosos, tanto políticos como banqueros o grandes empresarios no es otra cosa que la estabilidad de los cementerios.

La parte buena de un núcleo duro de accionistas consiste en que es más fácil que coadyuve a localizar la empresa. Vamos, a que siga siendo una empresa española y que el Gobierno, los trabajadores y sindicatos o la sociedad española misma, impidan que la toma de decisiones se vaya al extranjero. Sobre todo, las decisiones de inversión.

Los fondos, sin embargo, son sociedades sin alma. Es cierto que no entran en guerras intestinas, pero les gusta tanto el dividendo que siempre se muestran dispuestos a trocear una empresa, a reducir plantilla, a forzar el dividendo o a mostrar alegrías apalancadoras, en forma de deuda. Claro no son los accionistas los que pagan la deuda. En resumen, los fondos no echan la presidente pero le tienen maniatado.

Y ojo, los fondos no son propiedad privada sino la negación de la propiedad privada, porque se trata de una propiedad fiduciaria. En otras palabras, el fondista, el propietario real, al igual que ocurre con los pequeños accionistas de las multinacionales no manda nada ni se entera de nada. Recibe su rentabilidad y a otra cosa. No influye en la gestión. En cualquier caso, la propiedad fiduciaria no es propiedad, es el virus de la propiedad privada.

Así que, si tengo que elegir entre núcleo duro y fondos, me quedo con el núcleo duro. Y quede bien claro que a mí no me gustan las grandes, sino las pequeñas empresas, los autónomos. Esa es la propiedad privada real y la que proporciona libertad al propietario: hace de su capa un sayo.

Pero lo que España no se puede permitir es prescindir de las grandes empresas, de las que dependen muchas pymes. Y ya hemos prescindido de demasiadas.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com