Según los sondeos, el Partido Socialista ganará las elecciones europeas del próximo 13 de junio. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) le daba una ventaja de diez puntos sobre el Partido Popular, mientras que la encuesta del Instituto Opina para la Cadena SER reducía a siete esa ventaja. En definitiva, la curva electoral española tuvo un punto de inflexión el 11 de marzo, con los salvajes atentados que le costó la vida a 192 personas, y desde entonces no han hecho más que acrecentar la hegemonía del PSOE de Rodríguez Zapatero.

 

Fue un cambio brusco. Es verdad que se percibía un cierto cambio de tendencia, pero hasta el 11-M el partido ganador en España era el PP, tres días más tarde el PSOE vencía en las elecciones.

 

Dice el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que "los socialistas no tenemos que pedir perdón por haber ganado las elecciones". Y es cierto que no tienen que pedir perdón, pero podrían estar agradecidos, porque lo cierto es que le deben la victoria a un salvaje atentado terrorista.

 

A partir de ahí, el PSOE ha mantenido los votos conseguidos de un 11-M e incluso los acrecenterá. Es cierto que el Partido Popular ha dejado de ser simpático al pueblo español. Ni toda la eficiencia económica y administrativa que demostró le sirve ahora a su candidato para las europeas, Jaime Mayor Oreja. Mientras, Aznar intenta supera su depresión y Mariano Rajoy tiene que prometer, un día sí y otro también, que no abandonará su cargo… aunque probablemente lo hará, si se produce la debacle electoral esperada.

 

Pero lo grave no es que los socialistas tengan que pedir perdón o no. Lo grave es que lo que ya comentamos aquí el 15-M: España ha lanzado al mundo un mensaje terrible, el terrorismo funciona. No sólo eso, el asunto más grave es lo que nadie se atreve a reconocer: los españoles sufren un síndrome de Estocolmo, por el que tienden a justificar a sus secuestradores (el islamismo radical) y a enfurruñarse con José María Aznar y el Partido Popular, a quien consideran responsable de la masacre colectiva del 11-M por el hecho de que apoyaran la guerra de Iraq. En el mejor de los casos, quienes sufren síndrome de Estocolmo tienden a confundir al causante con el culpable. Y tampoco resulta baladí, en este sentido, el hecho de que un Gobierno tan feminista como el de Rodríguez Zapatero tienda a disculpar el sexismo de la cultura islámica, especialmente aquella que tenemos más cerca: la magrebí. Según la vicepresidente, Teresa Fernández de la Vega, no existen distintas religiones ni culturas religiosas, sino sólo una cultura democrática y otra que no lo es. Esto es lo que antaño se llamaba una cultura escapista, diplomática pero escapista.

 

Otra nota distintiva de lo que está ocurriendo es el eslogan socialista para la presente campaña. José Borrell, cabeza de lista del PSOE, se ha decidido por una frase tremendamente significativa: "Volvemos a Europa". Para no hacer sangre, no voy a mencionar el logotipo con el corazoncito de la "E" de España que ama a la "E" de Europa y que más parece la "e" del euro. No, basta con el lema: ¿Debemos suponer que durante ocho años de Gobierno popular los españoles no hemos estado en Europa? Lo cierto es que determinadas ideas, actitudes y soflamas de los líderes socialistas delatan que el PSOE se comporta, no como si estuviera viviendo un cambio de Gobierno, sino como si estuviera viviendo un cambio de régimen.

 

Mientras, ni el PSOE ni el PP abordan los dos grandes problemas europeos: el demográfico y el migratorio. Europa es el continente más viejo del planeta y su pirámide demográfica, marcada por una larga longevidad y una escasísima natalidad, no podría aguantar, en condiciones normales, ni un par de generaciones. Europa carece hoy de la más mínima vitalidad y está enlodada en la cultura de la muerte.

 

El segundo gran problema es que vivimos un continente egoísta y cerrado. Porque para aclarar mi frase anterior el problema migratorio no son los flujos migratorios, sino el hecho de que las fronteras europeas están cerradas a cal y canto a los únicos que podrían salvar el lamentable y acelerado deterioro demográfico europeo: los inmigrantes. El egoísmo europeo será la causa de su perdición. Pues bien, el socialista José Borrell insiste en el progresismo suicida del aborto y la contracepción europea, mientras el popular Mayor Oreja no dice esta boca es mía por la cobardía inherente al Partido Popular en esta materia. Y ni uno ni otro están dispuestos a afrontar el problema migratorio, o lo que es lo mismo, a abrir las fronteras y a apostar por una Europa más generosa. Este continente está pidiendo a gritos una renovación ideológica, que sólo será posible con la llegada de nuevos partidos y movimientos sociales. Con la izquierda y derecha tradicionales, estamos aviados.

 

Eulogio López