En tiempos de verano, incluso veo la tele. La tele de hoy se alimenta de series, con las subdivisiones más variadas: comedias de situación, seriales que casi son telefilms, series temáticas, por lo general sobre profesiones, telenovelas, etc Muchas de ellas en horarios de máxima audiencia, tirando de toda la programación, con prioridad sobre las películas de calidad, superando a los informativos y sólo superadas por algunas, muy pocas, retransmisiones deportivas o convocatorias muy, muy especiales. Si lo piensan bien, la preeminencia de las series en la programación televisiva es muy lógica. A fin de cuentas, las series televisivas son el teatro del siglo XXI y el teatro siempre ha sido, a lo largo de toda la historia, el instrumento cultural y artístico más influyente de todos, el que marcaba modas, hábitos e incluso cosmovisiones entre la mayoría. Por lo demás, el parecido entre el teatro clásico y la ficción televisiva actual afecta también a lo formal: al contrario que en el cine o la novela, en el teatro no prima el paisaje sino el diálogo. Y el escenario no es sino un formato donde colocar personajes y caracteres. Las series de televisión constituyen el teatro de hoy.

Y como decía, he aprovechado para empaparme de series televisivas, en el verano madrileño. La primera división, casi imprescindible: las series norteamericanas no tienen nada que ver con las de producción nacional. Como ocurre en baloncesto, los norteamericanos nos llevan 20 años de ventaja. Reparemos en dos series estadounidense que se están emitiendo en España: El ala oeste de la casa Blanca y Los Soprano. De entrada, los argumentos de estas dos series no tienen nada que ver con Los Serrano o Aquí no hay quien viva. El guión es mucho más elaborado, tanto es así que exige un mínimo de fidelidad por parte del espectador. De otra manera, no se entera uno de nada. Además, la historia yanqui no teme abordar cualquier cuestión, por profunda que resulte. En las series españolas el guionista pide disculpas si aborda cualquier cuestión seria o si aborda cualquier cuestión desde una perspectiva medianamente seria. En la teleserie norteamericana hay mensaje, si es bueno o malo es otra cuestión, pero lo hay.

En Europa, al menos en España, todo el objetivo del guionista consiste en pergeñar gracietas que sólo excitan la risa enlatada. Y como falta talento, es decir, mensaje alguno, se recurre como los malos humoristas, al sexo. Y mira que es cómico el ser humano. El cerebro y el corazón del hombre siempre están abocados a la incongruencia, madre de la comicidad. Sin embargo, el guionista español no asciende hasta el corazón, y mucho menos a la cabeza: se queda en la bragueta de Aquí no hay quien viva o Siete vidas.

Además, las series norteamericanas son más complejas. La comparación es como el cómic de Don Quijote y leer el Quijote completo. Lo segundo es más costoso al comienzo, pero proporciona un placer más intenso y duradero.

¿Pasarán a la historia los Serrano o El ala oeste de la Casa Blanca? No lo creo. Tienen cabeza y corazón pero les falta alma. Les falta el juicio moral, sin el cual no hay obra de arte. Repasen todas las grandes obras literarias que han pasado a la historia: todas se pueden clasificar, y de hecho se clasifican, según el juicio moral que proclaman, independientemente de que cada generación acepte o rechace ese juicio. Aceptémoslo : no sólo es que el arte no pueda separarse de la moralidad, es que el arte no es otra cosa que exposición y ejemplificación de la moral.

En el fondo, la estética es esclava de la ética, y lo bello no es sino la forma de lo bueno y de lo verdadero. Eso sí, los personajes de las series norteamericanas son complejos pero moralmente neutros, en codicia, en sus desamores, en sus relaciones. Los yanquis nunca fueron maestros de filosofía pero no les gusta la frivolidad. Me temo que en esto también nos va a costar algún tiempo alcanzarles.

Eulogio López