(San Juan 15, 9-11)

Carmelo recordaba perfectamente cuándo y cómo había comenzado su costumbre de hablar con Dios… y de que Éste le respondiera.

Fue en su primera juventud, cuando cayera en sus manos aquellos episodios del cura don Camilo y el alcalde Pepón. El sacerdote que hablaba con el Cristo del altar Mayor y el alcalde comunista de la dura postguerra italiana.

Y Carmelo imitó a Camilo. Eso sí, Carmelo no hablaba con un crucifijo creado por hombres sino con el invisible Creador de todos los hombres. Y entonces sucedió el milagro cotidiano al alcance de cualquiera: que Dios respondía.

El asunto merecía un estudio no somero, así que Carmelo consultó a toda alma experimentada –haberlas haylas- con la que se topó en su deambular hacia la vida adulta y la respuesta, con entusiasta monotonía, siempre era la misma: adelante. ¿Acaso no había sido el mismo Cristo quien había aconsejado al hombre que se dirigiese a su Dios sin descanso, a un Creador pendiente de la palabra de la creatura?

Carmelo creó hábito y aquel diálogo tan palpable con el Dios impalpable conformó su existencia y convirtió al Eterno en consejero y amigo, con quien hacer lo más importante que hacen los amigos: hablar.

Pero se trata de un diálogo que, encima, imprime carácter. Por eso, ya en la Facultad de Medicina, Carmelo se convirtió en un bicho raro para sus compañeros. Luego, a lo largo de toda su trayectoria profesional como médico, su fama de 'rarito' se disparó. Al principio le molestaba pero cuando cumplió los 40 dejó de preocuparse: sencillamente prefirió las ventajas de seguir halando con Dios. Además, el Evangelio certificaba el asunto:

-Si el mundo os odia, sabed que antes de vosotros me ha odiado a mí… Acordaos de la palabra que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán.

-Todo eso está muy bien, Señor, pero uno preferiría ser un tipo popular, querido y admirado, al que la gente no trate como si fuera un demente.

-No te apures Carmelo. Yo también fui muy popular. Cuando me clavaron en la cruz, allá en Jerusalén me convertí en el hombre del año. Y todos aseguraban que no debían escucharme porque había enloquecido, en especial cuando les decía lo que era: Hijo de Dios.

-Pero yo tengo miedo.

-Yo también, pues también era hombre, además de Dios, pero confiaba en mi Padre.

-Ciertamente, aquí en Europa, en el siglo XXI, no corres peligro de que te asesinen…

-Al menos por el momento.      

-…pero sí de que te desprecien. A veces me pregunto si ellos no tendrán algo de razón. A fin de cuentas, Jesús, es como si se estuviera cumpliendo la profecía: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿Encontrará fe sobre la tierra?".

-No, no tienen excusa. Recuerda: "Si no hubiese venido y les hubiera hablado no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado".

-Ellos no saben que hablo con Dios y aún así, me he convertido en el beato oficial del Hospital. Eso implica desprecio y hasta, he podido comprobarlo, cierta animadversión.

-"La hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida…

-Eso no lo conocía.

-…porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud, en cuanto resultamos molestos a los que no aman a Dios. Nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios, al mismo tiempo.

-Pero yo convivo con ellos cada día y me fastidia su desprecio.

-Pues que no te fastidie, Carmelo. Es algo lógico: si fuerais del mundo el mundo os amaría; como no lo sois, el mundo os aborrece. Pura lógica.

-Es injusto.

-Injusto, pero lógico.

-¿Habéis observado, Señor, con que hastío me miran cuando me ven entrar en esta capilla? Por no hablar de la que se arma cuando me opuse a l que se instalara la fecundación in vitro o a dispensar anticonceptivos de emergencia.

-A lo mejor no son conscientes de lo que hacen.

-¡Venga ya, Dios mío! Hablamos de médicos. Saben perfectamente que la FIV no es más que la cosificación de la persona. El profesional decide quién debe vivir, quién debe morir y quién es condenado a vegetar en una nevera o a ser aniquilado en pro de nuestra vanidad científica. Nos convertimos en señores de la vida y de la muerte.

-De la vida y de la muerte de mis hijos. Al parecer, son muchos los empeñados en arrebatarme el papel de Dios.

-Justamente es así. Pero disculpadme, ahora mismo sólo estoy preocupado por mí, al que han arrinconado, como si fuera un apestado.

-Yo estaría orgulloso de ello, Carmelo. No es amigo de Dios quien busca complacer a los que se oponen a Él. Quien se somete a la verdad luchará contra lo que se oponen a la verdad.

-O sea que debo estar contento con el desprecio.

-Pero no muy orgulloso. Recuerda: siervos inútiles somos, lo que teníamos que hacer, eso hicimos. Debes elegir entre tu mundo y tu Dios: ambos son incompatibles.

-Esa elección ya la hice tiempo atrás. Pero también me habéis ordenado que ame a los demás como a mí mismo.

-Carmelo: no me líes. Amar a los hombres, que no al mundo, es decir, no al pecado de los hombres. Y no te compadezcas: merece la pena.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com