La muerte es algo impactante, pero, si sólo se trata de miedo a la muerte, el impacto no se alarga en el tiempo. El miedo a la muerte no basta: es necesario amar la vida.

En este momento, están contabilizados 173 muertos, aunque seguramente habrá más, a medida que vayan muriendo los heridos más graves. Y a pesar de eso, es muy probable que olvidemos pronto.

En su mensaje, el presidente del Gobierno, José María Aznar, habló de que los terroristas habían atentado contra tres "trenes de cercanías que circulaban llenos de ciudadanos". No, no son ciudadanos, señor Aznar, ni contribuyentes, ni clientes: son personas. Es la dignidad de la persona la que está siendo puesta en juego con cualquier atentado terrorista y con cualquier acto de violencia, con cualquier aborto, con cualquier desprecio a la vida.

La palabra "ciudadano" tampoco nos sirve, aunque para los políticos sea el acabose de la dignidad. Un ciudadano no deja de ser el objetivo de los políticos que, en efecto, en el mejor de los casos, cuando son políticos democráticos, ven ciudadanos. Lo malo es que son algo más: son personas. Por tanto, su dignidad es infinita, su carácter, regio; su vida, sagrada.

Los ciudadanos son sujetos políticos, las personas son hijas de Dios.

Por eso, cuando Aznar suelta un discurso, pocas horas después de la matanza, afirmando que estamos del lado de la Constitución, felicitando a las fuerzas de seguridad, asegurando que los asesinos serán encarcelados, está tratando a las personas como ciudadanos, es decir, como votantes. A lo mejor es difícil decir otra cosa, pero no deja de provocar la desagradable sensación de que ni 173 muertos logran provocar un cambio en algunos políticos. 

Eulogio López