Ciertas dulzuras interiores son cosas de niños. No son señal de perfección.

 

No dulzuras sino sufrimiento es lo que se precisa. Las arideces, la desgana, la impotencia, éstos son los signos de un amor verdadero. El dolor es agradable. El destierro es bello porque se sufre y así podemos ofrecer algo a Dios.

La ofrenda de nuestro dolor, de nuestros sufrimientos, es una gran cosa que no podemos hacer en el cielo (GB, 35).

Padre Pío