Cuentan las crónicas que en tiempos de la Ominosa, unos cuantos falangistas se arracimaron alrededor de la embajada del Reino Unido en Madrid al grito de Gibraltar español. Camilo Alonso Vega, ministro del Interior, se apresuró al telefonear a la legación británica:

-Señor embajador, si quiere le envió más policías para proteger la representación.

A lo que el aludido respondió, con impasible flema:

-No se preocupe. Me basta con que deje de enviarme falangistas.

El ministro del Interior, Alfredo Rasputín Rubalcaba, se ofreció a la presidenta de la Comunidad de Madrid del PP, Esperanza Aguirre, como Camilo Alonso Vega: lo que quieras, Esperanza, las fuerzas del Orden están a tu disposición. Esto ocurría a mediodía del lunes 27. El martes 28, esforzados defensores del obrero la emprendían a golpes con otros obreros -con mucha menos conciencia proletaria, dado que pretendían trabajar- y entonces Teresa Fernández de la Vega, personaje con rasgos caracteriológicos similares a los de su tocayo, don Camilo Alonso Vega, aunque su mordedura mucho más peligrosa, asegura que la culpa del caos en el que se sumió Madrid la tiene la Espe por no asumir su responsabilidad. Está claro, Aguirre tenía que haber mandado a Ignacio González, que aunque bajito es fuerte, a liarse a mamporros con los matones perdón, miembros del Comité de Empresa.

Zapatero, seguramente convencido de que los conductores de Metro pueden repetir lo del Frente Popular en 1936 y comenzar a quemar templos en cualquier momento, apoyó a su segundo: está claro que Esperanza no asume su responsabilidad, por lo que no queda otro remedio que enviarle más falangistas. Bueno, sindicalistas de CCOO y UGT, que a esos efectos se parecen bastante.

Todo sea por el diálogo, aunque sea a gritos.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com