Conversación escuchada en una piscina madrileña. Lamentábase una señora de que su hijo adolescente llevaba la novia a casa para practicar el refocile delante de sus narices. Su interlocutora, con bastante lógica, le interrumpió para preguntarle por qué no se lo prohibía, a lo que la quejumbrosa respondió. No me atrevo.

Esto es lo que podríamos llamar el estado de la cuestión. Pero, miren por dónde, aquí sigue operando aquel diagnóstico inexorable que enunciara Clive S. Lewis en 1942 (Cartas del Diablo a su sobrino): A los humanos, decía su demonio favorito, Escrutopo, hay que hacerles correr con manguera a las inundaciones y con barcas a los incendios. Así, cuando lo que impera es la tiranía de los adolescentes sobre los padres, lancemos la especie de que el Estado no puede evitar el maltrato de los niños a manos de sus padres: ¡Eso nunca jamás! Como siempre ocurre con las grandes mentiras, este fenomenal embuste está muy cerca de la verdad: educar no es maltratar, y un padre no debe recurrir a la violencia sino como ultimísimo extremo y en casos espacialísimos. Es más, jamás se debe dar un pescozón en caliente, que es cuando suelen darse. Y todo eso es verdad, sólo que ahora no estamos hablando de padres tiránicos sino de padres acojonados -con per´don, pero creo que el taco es necesario- ante los caprichos de sus hijos que, como Venus adolescentes, no se soportan ni a sí mismos.

La campaña ha llegado en forma de un informe (¿Por qué todas las campañas mentirosas empiezan por un informe amplificado por los medios?) de una ONG, en este caso Save the Children. Asombrados están en esta tan loable institución de que el 6% de los padres consideran que un azote de vez en cuando no es mala cosa para, como dirían los clásicos y abominarían posmodernos, quebrar la voluntad del educando.

Al final, la cuestión de fondo es, cómo no, la educación en libertad que como diría Chesterton, es un absurdo, porque cualquier muchacho al que se le ofrezca la educación en libertad elegirá libremente no ser educado en forma alguna. Por eso se hace necesario traducir la educación en libertad: lo que quieren decir los hacedores de tal eufemismo es que a los chicos hay que obligarles si es caso por la fuerza, tal como se ha hecho siempre, sólo que hay que obligarles a hacer otras cosas. Por ejemplo, no se le puede enseñar ni educar en regla moral alguna, pero, eso sí, se les puede obligar a ir al colegio cada mañana, quieran o no, a realizar currícula interminables, a pagar los impuestos, a respetar el mobiliario público, a temer a los poderosos etc. Todo eso se les puede obligar, pero, naturalmente, tiene total libertad para fornicar, alienarse o despreocuparse del prójimo.

Volviendo al informe de Save the Children. Naturalmente, el mundo mediático se ha escandalizado. Todo el mundo sabe que hay que educar en el diálogo y la tolerancia -en breve será en el diálogo y el talante, por detrás y por delante-. Se repite aquí, punto por punto, los pasos de la campaña contra la violencia de género. Si recuerdan, también allí hubo un informe, que fue troceado por todos los medios progres. El informe concluía que al menos 650.000 españoles eran maltratadas por sus parejas masculinas. Por supuesto, se hablaba de maltrato de varones a mujeres. En la otra direccion, no existe maltrato ni vejación alguna. El País dedicó muchas páginas y muchos editoriales al informe, que luego sería utilizado como base documental tanto por el aznarismo como el zapaterismo, con la Ley de Violencia de Género.

Ahora bien, ¿cómo se llegaba a tan espantosa cifra? Pues rebajando las condiciones, claro está. Por ejemplo, para ser consideradas maltratas bastaba con que el marido ocupara el mejor sitio en el salón familiar a la hora de ver la tele. O sea, un maltrato inadmisible. Y es lo que yo digo : lo extraño es que no hubiera en España (40 millones de habitantes en esa época), no 650.000, sino unos 20 millones de mujeres maltratadas.

Ahora ocurre lo mismo con los adolescentes, y naturalmente, estamos vertiendo aguas en pleno Katrina: Hoy los terribles son los niños adolescentes que injurian, atemorizan y hasta golpean a sus padres. Lo que ha fallado no es la dulzura, sino la disciplina. La cosa empezó cuando la generación del mayo francés comenzó a tener hijos (pocos, pero tuvo), y les educó en el relativismo pleno, sinónimo, según ellos, de libertad. Aprendieron bien la lección del prohibido prohibir, y consideraron que la libertad consistía en hacer lo que les venía en gana: los principios eran risibles, la autoridad no existía, y la ley moral, la ley natural y la ley positiva, no eran sino trabas para la propia realización personal. Es ese esquema libertario que conduce, de forma ineluctable, al imperio de otra ley: la de la selva, el Imperio del más fuerte. Y no olvidemos un pequeño detalle: el hombre es más fuerte físicamente que la mujer y el joven es más fuete físicamente que el adulto.

Por otra parte, la técnica de Save the Children resulta diabólica, porque toda esta campaña no persigue otra cosa que profundizar en una de las grandes barbaridades de la era actual: la intromisión del poder político en la familia. ¿Has maltratado a tu hijo? clama el Estado representado en un ejército de graduados sociales, psicólogos, policías, jueces y fiscales- Pues te vas a enterar. Te voy a quitar al niño. Mejor, voy a dejar a la criatura donde estaba y a ti te mandaré a prisión. Ya tenemos juzgados de violencia de género en los que, han tenido la delicadeza de explicárnoslo, no todos los varones que entran están condenados de antemano. En breve tendremos juzgados de menores, pero no sólo para juzgar a los mayores. No estamos en el Cría cuervos y te sacarán los ojos, sino en el Cría mimados y te llenarán el BOE. Sí, en el BOE, porque la adolescencia comienza ahora antes, pero se alarga indefinidamente. De hecho, percibo en los políticos bruscos accesos de acné ideológico.

Eulogio López