La tragedia del metro de Valencia ha puesto en el candelero otro de los tópicos habituales de una sociedad que busca un sentido al dolor y que, niega a priori cualquier posibilidad de darle un sentido al dolor humano. Cuarenta y una personas mueren en Valencia en un desgraciado accidente de metro. Con la muerte llega el desconsuelo de los allegados, un desconsuelo lógico y respetabilísimo ¿y qué solución a ese desconsuelo les ofrece la sociedad? Un ejército de psicólogos.

Si escuchamos las referencias de los medios de comunicación uno diría que estamos confundiendo a los psicólogos con los taumaturgos. Antaño una sociedad con una mayoría creyente acudía a la Iglesia, no porque la Iglesia supiera consolar al doliente, sino porque el cristianismo afirma que la vida no se acaba con la muerte. Ahora bien, si uno no cree en la otra vida ¿Cómo consolarse de la muerte de un ser querido? No sólo no hay consuelo posible sino que toda esperanza sería un engañabobos, una estafa, un artificio.

Exigimos demasiado a los psicólogos. Nada tengo contra esta ciencia, siempre que no pretendamos exigirle lo que no le es dado : una especie de terapia universal para todo tipo de males. Por otra parte, acompañar al que sufre no es una especialidad de psicólogos sino de cualquier ser humano dotado de un mínimo de clemencia. Y eso, aún considerando que sólo una excelsa minoría de personas es capaz de ponerse en la piel del doliente y compartir su propio dolor. El dolor ajeno casi nunca es importable.

No podemos exigirles a los psicólogos más de lo que pueden dar. Porque no sólo les estaríamos perjudicando a ellos, sino también a los familiares de las víctimas.

Eulogio López