Ocurrió durante una reciente reunión de mandatarios americanos. El venezolano Hugo Chávez clamaba contra los gringos que querían arrebatar las riquezas naturales de Hispanoamérica, especialmente el petróleo. El peruano Alan García le interrumpió y le dijo:

 

-Para qué van a querer los americanos nuestro petróleo si usted se lo vende todo, presidente Chávez? A continuación, para no tensar al matón de Caracas, limó la ironía: "Es broma". Pero no lo era. Ocurre que el socialista Alan García lleva mucho tiempo en política y ha aprendido sensatez. Por eso, aprovechó su viaje a Europa para iniciar la Cumbre Iberoamericana de Estoril, a su manera: se fue al Vaticano en busca de apoyo para su plan de desarme en Iberoamérica, única forma de mantener la paz en la zona ante la progresión de regímenes bolivarianos, tupamaros o, sencillamente corruptos, como es el caso de los Kirchner. Una visita bien distinta a la protagonizada por las muy groseras presidentas Michelle Bachelet y, sobre todo, Cristina Fernández. Y no dudó en besar el anillo papal, él, un hombre de izquierdas, sabedor de que la doctrina social de la Iglesia deja atrás a la socialdemocracia, porque pretende convertir a los proletarios en propietarios. En definitiva, la Cumbre de Estoril es un reflejo de lo que domina hoy en el universo hispano: progres como ZP o Lula, violentos como Chávez y tramposos como Cristina Fernández, todos ellos coincidentes en un mismo principio ideológico: mantenerse el poder el mayor tipo posible y, si fuera posible, eliminar todas las limitaciones a sus mandatos. A Hispanoamérica le ocurre lo que a la madre patria, España: que sin el cristianismo no se entiende. No es que su futuro mejore o empeore: es que, sencillamente, no hay futuro. Por eso, ZP y Lula hacen castillos en el aire, Chávez prepara la revolución y Cristina Fernández continúa incrementando su fortuna. Y luego está lo de Honduras, naturalmente. Hasta Obama es consciente de que no se puede negar legitimidad a unas elecciones legítimas. Al final, los hechos son tercos y los principios mucho más. Todo el lío hondureño se inició porque un señor, llamado Manuel Zelaya, quería perpetuarse en el poder y asumir por las bravas la limitación de poder. Ahora, ni él ni su adversario, Roberto Michelleti, en la cúspide ya han dado paso (uno de ellos muy a su pesar) a Porfirio Lobo, cuya victoria ha sido asumida por el perdedor. Sólo ZP y el 'canciller Desatinos' pueden pensar en boicotear unas elecciones libres. No hay que condenar a Honduras: hay que imitarla. Es también un rasgo de humanismo cristiano, que predica que los políticos se dedican al servicio público y al bien común, algo generalmente incompatible con la perpetuación en los cargos públicos.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com