Ha hecho bien el Ayuntamiento de Barcelona en prohibir el burka en sus dependencias municipales.

 

De hecho, debería prohibirse en todos los sitios salvo en el propio hogar de la burkarizada, donde es muy libre de hacer lo que le venga en gana. En la calle, el anonimato no existe y la privacidad tampoco. Y hablo de la calle, porque está claro que la prohibición del burka en dependencias municipales es una limitación muy modesta.

Con excepción de la intimidad, sólo se esconde quien tiene algo que esconder y los ojos constituyen el órgano que mejor define la personalidad del sujeto. Ese es el principio moral que ilustra el asunto. El pañuelo oculta el cabello, pero hay muchas españolas que llevan pañuelo por estética y no pasa nada. Es más, unas simples gafas de sol ocultan más la personalidad, constituyen una máscara más opaca que cualquier pañuelo. No creo, pues, que hay que prohibir el pañuelo pero sí el burka y en todo sitio y lugar, no sólo en dependencias municipales. Si es en sociedad no puedes ocultar tu personalidad, tu alma, a esa sociedad.

Dicho esto, con el asunto del pañuelo, Occidente se está encontrando, cada vez más con su autodisolución, su tendencia al suicidio. En primer lugar porque hemos acudido al pañuelo en busca de la identidad perdida. ¿Cuál era nuestra identidad? El cristianismo naturalmente, no hay otro. Es el cristianismo quien creó Europa. Europa es su fe, como decía Hilaire Belloc. Pero los europeos hemos dado la espalda a Dios y entonces nos sentimos agredidos por una cultura como la islámica que no es sino una caricatura tosca del Cristianismo, y entonces nos arracimamos alrededor de un bandera, una identidad descafeinada como es la de prohibir los pañuelos.

Y si nos atenemos a la decencia mejor no hablar: ¿cómo puede la indecente occidental que va derramando su intimidad por las calles, acusar de mujer objeto a las islámicas por llevar un pañuelo en la cabeza. No tiene que ser como nosotros, sino respetar nuestro estilo de vida, pero enseñar el trasero no es un estilo de vida, sólo una vulgaridad un poco cochina.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com