Sr. Director: 

Os escribo como un ciudadano más, desde la consternación provocada por los terribles acontecimientos de ayer. De nuevo, se ha despreciado la vida humana y se ha puesto al servicio de los intereses de algunos. Me impactó la noticia y me impactaron las imágenes: tanto los cuerpos destrozados como el dolor de los familiares de las víctimas. Es difícil sustraerse a la tragedia cuando se está viendo casi en directo. De hecho, ayer fui incapaz de sacar adelante mi trabajo diario, como os habrá ocurrido a tantos de vosotros.

Y me acordé de esa otra tragedia diaria a la que nos sustraemos porque no la vemos. Esas 211 vidas humanas incipientes que son segadas cada día... todos los días. Y me imaginaba a un niño viajando plácidamente en el seno de su madre, camino de uno de esos negocios aborteros, ignorando su destino. Me imaginaba cómo su madre, sintiéndose sin fuerzas para sacar adelante su embarazo, acude a un médico para que la ayude. Y éste, generosamente, por sólo 1.300 euros, le "soluciona el problema". Y el niño es expulsado sin vida, troceado o quemado vivo... y tirado a un cubo de basura. Y me di cuenta de la poca diferencia que hay entre una y otra masacre... bueno, sí hay diferencia: la masacre del aborto se nos oculta y por esto se repite cada día... todos los días 211 veces. 

Esta tarde acudiremos a las manifestaciones convocadas para repudiar este horrible atentado y gritar con todas nuestras fuerzas que "ninguna razón puede justificar una muerte inocente"; pero, mientras tanto, nuestro Código Penal seguirá contemplando tres razones por las que está permitido segar una vida incipiente: y una de ellas es tan banal como el supuesto "riesgo para la salud psíquica de la madre", precisamente la que se alega en el 96,81% de los casos.

Rechazamos el uso de la violencia, porque el fin nunca justifica los medios... pero instigamos una guerra porque "reportaría a España un mayor peso en la esfera internacional y beneficios económicos".

Se ha efectuado una llamada a la unidad de todos los pueblos de España. Es fácil conseguir la unidad ante el dolor y la tragedia... y, efectivamente, debemos estar unidos para apoyarnos y consolarnos mutuamente. Pero lo que habitualmente impera en nuestra sociedad occidental no es el compromiso y la solidaridad, sino el egoísmo e individualismo: exigimos nuestros derechos y libertades y nos olvidamos de nuestras obligaciones, incluso de las libremente asumidas. ¿Cómo fomentar una sociedad unida cuando disuadimos a nuestros jóvenes de que asuman el compromiso de formar una familia mediante el matrimonio, y les vendemos en igualdad de condiciones la unión de hecho? ¿Cómo reforzar la unidad, cuando los programas electorales recogen medidas para agilizar los trámites del divorcio y romper así la célula básica de la sociedad?

Y me di cuenta de la incongruencia de nuestra sociedad: no se puede promover la cultura de la muerte y el individualismo (aborto, eutanasia, manipulación genética de embriones, guerra... ), y luego condenar el uso que los demás hacen de esta cultura. 

Sigo consternado por los sucesos de ayer; pero hay una amenaza que me produce mayor terror aún: el camino que nuestra sociedad occidental ha emprendido hacia su autodestrucción. Os animo a que pongáis cada uno vuestro grano de arena para evitarlo.

José Alberto Fernández. Presidente Familia y Vida