Sr. Director:

Hoy he leído un artículo en un rotativo catalán titulado "Madres antes que mujeres" que, aparte de lo absurdo del título, porque es sabido que ninguna niña antes de ser mujer puede procrear.

Pero, aparte de este pequeño error, que mejor lo atribuyo a una licencia literaria, el contenido del mismo es lo suficientemente elocuente para que nos paremos a meditar unos instantes ante lo que hoy en día se ha dado por llamar "Educación sexual". Es evidente que desde hace unos años el incremento de mujeres solteras embarazadas ha sufrido un aumento, y esto que las nuevas generaciones están perfectamente aleccionadas de los peligros que corren si practican el sexo sin la debida protección.

Pero lo más grave es la noticia que nos da el articulista por la que informa que, en el año 2006, 125 niñas menores de 15 años quedaron embarazadas. Sin duda se trata de un verdadero record que nos debe hacer recapacitar sobre: ¿qué es lo que falla para que se produzcan estas situaciones que, con toda seguridad, no tenían lugar con tanta frecuencia cuando la juventud no estaba tan informada respecto al tema sexual?

Los psicólogos y sociólogos nos han estado bombardeando con críticas a los métodos antiguos basados en no adelantar la información sexual a nuestros hijos hasta la llegada de la pubertad y, aún así, eran muchos los casos en que tal información todavía se prolongaba más. Sé que, inmediatamente, se intentará rebatirme argumentando que la ignorancia era motivo de cierto desconcierto entre los púberes y que, en ocasiones, el desconocimiento daba lugar a algún episodio no deseado.

Pero a mí, ciudadano de a pie, y por tanto sin conocimientos profundos sobre la materia, se me da que existen algunas reglas del sentido común perfectamente aplicables al problema que nos ocupa. Por ejemplo, a mí se me ocurriría pensar que este empeño de educar desde la más tierna infancia sobre el tema de la sexualidad, despierta la natural curiosidad que los niños tienen respecto a aquellas materias que tienen que ver con su anatomía.

Quién no recuerda alguna de las preguntas de nuestros hijos cuando, un día, te venían con cara inocente para que les aclararas: "Papá dime, ¿por qué Encarnita no tiene un pito como yo para hacer pipí? Por supuesto que nos ponían en un aprieto, pero, la verdad es que no tenían esta precocidad que, por lo visto, tanto satisface a los técnicos y que, en ocasiones, nos asombra cuando nos percatamos que un niño de ocho años es capaz de darnos una lección sobre los óvulos y los espermatozoides y respecto a si son preferibles los preservativos o las píldoras para prevenir el embarazo.

A mí se me ocurre que excitar antes de tiempo la innata curiosidad de los niños tiene el indudable peligro de que quieran pasar de la teoría a la experimentación antes de que estén provistos de los frenos -iba a decir morales, pero sé que se me van a tirar encima todos los agnósticos, ateos, librepensadores y libertarios- que la experiencia y la razón proporcionan a los adultos para que la pasión del momento no cause resultados no previstos; y aún así, en ocasiones tampoco bastan.

El adelantar una información al tiempo en que naturalmente se produce el cambio de edad, puede provocar que en algunos impúberes se produzca un hábito precoz que puede que no tenga consecuencias hasta que, sin darse cuenta, se llegue a la virilidad y entonces sucede, como ha ocurrido recientemente, que una niña de 11 años ha quedado embarazada de un primo suyo. 125 embarazos de menores, sólo en Cataluña, es para hacer reflexionar a las autoridades acerca de las causas de que ahora se produzcan y antes no. Algo no va bien, algo falla si resulta que, por fas o por nefas, se pone a una niña que apenas tiene despierto el raciocinio, ante una situación tan grave como es la de tener que elegir entre continuar la gestación o provocar el aborto. La situación se agrava a causa de que por ser menor no dispone de la posibilidad de elegir por sí misma y son sus tutores, sus padres, quienes deben afrontar tan difícil decisión.

Supongo que estos que defienden la famosa Educación para la Ciudadanía, estos tan liberales y tan partidarios de que la juventud se anticipe a la práctica del sexo, para que no sean unos "reprimidos" (como dicen que fuimos los que ya peinamos canas o se cepillan la calva); nos podrán dar una explicación satisfactoria que nos convenza de que este aumento de embarazos, no deseados, se deba a otras causas y no a las que apuntamos.

Veamos, señores: si a un niño se lo pone ante una televisión y, en los propios dibujos animados, ya se le enseñan escenas de sexo; si, además de la violencia, se les enseña a que, desde jóvenes, sean independientes y consideren a sus padres como unos anticuados, iletrados y unos mandones que sólo quieren jeringar a sus hijos; si en los colegios lo primero que aprenden es a reírse de los profesores y "pasar" de ellos; si a la salida de los colegios nadie se ocupa que los vendedores de drogas hagan su agosto vendiendo el producto a niños o enseñándoles a esnifar pegamento, ¿qué podemos esperar de estos pobres seres infelices, que aún no tienen capacidad para saber lo que les conviene o aquello que les puede perjudicar?, ¿cómo nos asombramos si quieren ensayar lo que se les enseña por los adultos?

Los resultados son palmarios y quienes tienen la responsabilidad de lo que está sucediendo son los que, simplemente, por querer imponer un sistema político diferente, ponen los medios para que se produzcan semejantes resultados. Naturalmente luego el rectificar es difícil cuando el mal ya está hecho y la vida de la niña queda destrozad para siempre. Lo malo de todo esto es que, algunas asociaciones religiosas, como la FERE, por simple afán de lucro, por no indisponerse con el Gobierno que los subvenciona, aceptan vergonzosamente impartir una asignatura que encierra en sí misma un ataque a la religión católica y un adoctrinamiento contrario a la moral cristiana.

¡Luego nos quejaremos de los curas separatistas y de la disminución de las vocaciones o de que se los tache de peseteros! Los seglares no siempre les vamos a sacar las castañas del fuego.

Miguel Massanet Bosch

massbosch@telefonica.net