Al cierre de esta edición, Nicaragua es una incógnita. De momento, sólo hay un recuento oficial en el 14% de los colegios electorales, equivalentes sólo al 10% de la población. El recuento inicial daba favorito al sandinista Daniel Ortega, pero a medida que avanza el escrutinio, su distancia se ve recortada, aumentando su opositor, Montealegre. Cuando queda un 86% sin escrutar, sólo les separa un 1,75% para ir a la segunda vuelta.

Todo parece apuntar a que tendrán que ir a esa segunda vuelta si no roban las elecciones. Y es que los sandinistas tienen tomado el Consejo Supremo Electoral y todo el mundo se teme lo peor. Por su parte, los recuentos oficiosos de todos los partidos, los observadores internacionales y las instituciones de la sociedad civil dan por segura una segunda vuelta, en la que Ortega perdería casi con seguridad.

Por eso todos temen el fraude. O peor, que se produzca un fenómeno López Obrador. De momento, los sandinistas ya han salido a la calle para festejar la victoria, aunque muchos sospechan que en realidad lo que intentan es tomar la calle. Lo peor que le puede pasar a Nicaragua es que se reabran las heridas de la guerrilla sandinista con una izquierda totalitaria, presuntamente financiada con los petrodólares de Chaves y que puede no respetar la voluntad de las urnas.