La polémica en Estados Unidos se estanca. Google busca el monopolio. Internet debe ser de todos pública--; los contenidos, de cada uno privados-. Lo que está en juego es la libertad expresión 

Es famosa la anécdota de aquel político norteamericano que visitó la España franquista, cuando SEAT era una empresa pública y las constructoras se dedicaban a hacer autopistas de peaje. El yanqui manifestó su asombro: España es diferente comentó-. Es el único país donde las carreteras las construyen empresas privadas y el Estado fabrica los coches que circulan por ellas.

Y es que, hasta los años noventa del pasado siglo, que coinciden con la irrupción de la telefonía móvil y de Internet, el mundo, tanto en Occidente como en Oriente, todo el planeta tenía claro que las infraestructuras, lo que iba por debajo de tierra casi siempre- era cuestión del Estado, era el sector público quien asumía la tarea de construirlas y ponerlas a disposición de los particulares, que competirían fabricando instrumentos que circularan por ellas.

Todo claro: el Estado construía carreteras y la iniciativa privada los automóviles que competían entre sí, presunta igualdad de oportunidades para todos los fabricantes.

La red eléctrica era construida por el Estado: las compañías privadas generaban electricidad y competían entre si tras pagar el correspondiente canon al Estado, canon por el que exigían inversiones en la red para hacerlas eficaces.  

La red de telecomunicaciones era propiedad del Estado: debería ponerlas al servicio de las telecos privadas para que ofrecieran el mejor servicio al ciudadano.

Y así con todo.

Ahora bien, desde el momento en que entramos en la era de la especulación financiera, los gobiernos privatizaron las redes porque la inversión pública caía mientas las prestaciones públicas subían: los gobiernos dejaron en manos de lo privado las redes y obviamente la inversión en redes es costosa y lenta y costosa, no obtiene ganancias de hoy para mañana, que es lo que le gusta la especulador. Los gobiernos, además, se convirtieron en los primeros especuladores del globo, emitiendo deuda para ganar votos otorgando subvenciones. Hoy, en España, y es sólo un ejemplo entre muchos. La red de electricidad, de gas, de telecomunicaciones, las autopistas de peaje, etc, etc, están en manos de la iniciativa privada, que controlan infraestructuras y sobre estructuras. Resultado: un desastre.

Internet es una red, una infraestructura, montado sobre la red de telefonía fija y móvil. Pero, además, Internet se ha convertido en el reducto de la libertad de expresión, pues los medios informativos tradicionales se enfrentan a un doble dilema: la radio y la TV son concesiones públicas, otorgadas por los políticos a quienes le viene en gana mientras la prensa de papel, que es libre, agoniza por falta de rentabilidad.

Y así llegamos a la famosa neutralidad de la red Internet. Un término estúpido porque la neutralidad es, precisamente, el mayor enemigo de la libertad de expresión. La red está hoy en manos de los buscadores, especialmente del más exitoso, Google. En una sociedad informativamente saturada, es Google quien dictamina qué el soque se lee, quien resume la red. Ahora, Google, una gran avance tecnológico nacido para la libertad, pueden convertirse en un tirano.

Google ha querido firma en Estados Unidos un acuerdo con Verizon participada por Vodafone, aunque no manda- que no pretende otra cosa que dar prioridad a Google sobre otros buscadores y a los clientes de Verizon sobre los clientes de otras telecos. Es lo que se llama neutralidad en la red y el sábado 7 de agosto nos hemos despertado con la noticia de que el Gobierno norteamericano ha suprimido una Google sorbe la neutralidad en la red. Lógico. Una página minoritaria aporta argumentos interesantes sobre le problema: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=108057.

La solución: no pasaría nada porque el Estado absorbiera las infraestructuras telefónicas las redes, no los contenidos ni los servicios-. Eso no solucionaría el problema de la libertad que es el único problema, dado que los Estados poseen soberanía nacional e Internet es, por definición, mundial, pero, al menos, tendríamos libertad de fronteras adentro y cuando un gobierno dictatorial por ejemplo, el chino- quiera destruir esa libertad deberá enfrentarse a la presión de toda la comunidad internacional, expresión que uso a pesar de mi disgusto, y que bien puede trocarse por la de presión de toda la humanidad sobre un gobierno liberticida.

Pero el concepto es el mismo: la red debe ser de todos pública- y los contenidos de cada uno privada-. Soy consciente de que, tanto en una democracia como en una dictadura- dejar algo en manos del Estado es dejarlo en manos del Gobierno, pero mejor eso que dejarlo en manos de Google o de una compañía de telecomunicaciones, que responde, ante todo, a sus accionistas. Ni tan siquiera ante la libertad de sus accionistas, solo ante el dinero de los mismos.

La propiedad privada pequeña insisto, privada y pequeña, o ambas cosa, una sola no vale- es al que asegura la libertad. Las redes son tan grandes que no pueden ser poseídas por pequeños propietarios. Pues bien, que lo sean del Estado como excepción y mal menor.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com