Los días 23 al 27 de agosto se celebrará en México, convocada por las Naciones Unidas, la Conferencia Mundial de la Juventud.

 

Su objetivo consiste en promover la colaboración de los jóvenes para lograr la ejecución de los Objetivos del Milenio para el Desarrollo en 2015. El congreso estará formado por tres foros: el de los Gobiernos; el Foro Social y el Foro de los Legisladores.

La comisión organizadora estará compuesta por delegados de la administración federal de México. Compondrán la junta organizadora universal delegados de alguna de las agencias de la ONU, entre ellas; las más implicadas con la reingeniería social anticristiana: el Program of Youth; el Fondo para la Población (FNUAP-UNFPA); UNICEF; la UNESCO; el Fondo para el Desarrollo de la Mujer (UNIFEM); el Programa para el Desarrollo (PNUD). En esta comisión estarán representados; el Banco Mundial, la Unión Europea, la Unión Africana, la Organización Iberoamericana de la Juventud (OIJ) y la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB).

El boceto del escrito conclusivo está escrito con la locución del moralismo político, es decir, magnos vocablos y conceptos que favorecen cualquier tipo de despotismo. Es la jerga común de quienes pretenden establecer una nueva ética internacional de valores relativos: convivencia pacífica, libertad, tolerancia, libertad de pensamiento y conciencia; vocablos que, sin cimiento en la verdad absoluta, son maleables por el poder, cuantas veces le sea de utilidad. 

Llama la atención que, tratándose de jóvenes, en las páginas del informe definitivo en ningún capítulo se nombre a la familia ni a los padres. Se cavila: a los jóvenes como sujetos de todos los derechos, sin aludir la patria potestad y los derechos-deberes de los padres. Los Gobiernos, a través de las políticas públicas que se formulan en el bosquejo de declaración, se transforma en el gran educador de la adolescencia.

Es el ataque más grave que sufre la sociedad actual, cuyas consecuencias alcanzan a todos, pero del que son especialmente víctimas los jóvenes, nuestro caudal más valioso.

Clemente Ferrer

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