Aquí culmina el desarrollo autonómico de Cataluña, dice el diario El País que comentó Rodríguez Zapatero a los suyos tras el acuerdo con Artur Mas. Para Rodríguez como gusta llamarle Carlos Herrera- el pacto supone el techo del autogobierno catalán.

Todo esto recuerda aquel cartel que alguien colocó en una inmueble transferible: Se vende este piso, cartel al que algún gracioso añadió esta leyenda. ¿A que no?

Señor Zapatero : ¿a que no estamos en el techo? ¿Acaso no sabe que por propia naturaleza, el nacionalismo no tiene límite, dado que su propia naturaleza consiste en la reclamación permanente? Venerable ingenuidad. O quizás no tan venerable. Porque a ninguno de los dos firmantes le parece bien el nuevo Estatut. Zapatero lo necesita para aislar al Partido Popular y Artur Mas lo necesita para resucitar políticamente. ¿Quieren saber algo? A los catalanes, el Estatuto les importa un pimiento. Es más, se diría que los centralistas de Madrid están mucho más pendientes de las negociaciones que los ciudadanos de Cataluña, a los que el Estatut les trae al pairo.

Por lo demás, se puede ser centralista o nacionalista, jacobino o federal, pero está claro que va a ocasionar más burocracia, y unos ciudadanos controlados desde más instancias de poder. Muchos profesores, ejecutivos o sencillos trabajadores se lo pensarán dos veces antes de residir en Barcelona.

Ahora bien, ¿es tan radical el acuerdo entre Zapatero y Mas? La respuesta es sí y no. No es radial en su contenido, pero sí resulta ferozmente radical, y extremista porque, insisto, a ninguno de los dos firmantes les preocupa un mayor o menor autogobierno : lo que les preocupa es la influencia que esa mayor o menor autonomía puede tener sobre sus expectativas electorales es decir, personales.

Zapatero es un moderado radical. Me explico. Dicen que la verdad está en el centro, pero eso es mentira. En tal caso estará en el medio, siendo la verdad una línea recta, no un círculo. Lo que ocurre es que hemos dejado de pensar en líneas y ya se lo pensamos en círculo, una cuestión mucho más grave que el Estatut catalán. El centro es el punto equidistante de un círculo o de un escenario. Estar en el centro del círculo es contemplar la vida como una línea infinita sin principio y sin fin. Es decir, que la vida carece de sentido y no tiene fin alguno. A Zapatero y Mas les importa muy poco que el Estatut mejore la vida de los españoles o de los catalanes. Lo que les importa es su propia cuota de poder. El uno porque necesita aislar al PP, el otro porque necesita resucitar tras la derrota de 2003.

Tanto socialistas como nacionalistas afirman que cuando el Estatut se haya firmado la gente dejará de creer en el ogro y todo volverá la normalidad Es posible, pero eso no dice nada ni a favor ni en contra del texto. Es lo mismo que ocurre con las hambrunas en Sudán: en aquel país, ahora mismo, la gente se muere de hambre, lo que ocurre es que las cámaras de TV han abandonando el país y no nos enteramos. No es que Sudán haya vuelto al normalidad, es que nosotros hemos vuelto a nuestra rutina.

La cuestión es esta: el nacionalismo no es una ideología, porque no trata del Estado de Derecho sino del tamaño del Estado. Las reclamaciones nacionalistas no tienen fin porque el nacionalismo no es un ideal, sino una identidad. Si fuera un ideal, terminaría con su consecución, pero como es una identidad no tiene fin: es un círculo que gira una y otra vez. No pude dejar de reclamar más autonomía porque perdería su razón de ser. Los nacionalismos, todos los nacionalismos, no son más que aburguesada lucha por cuotas de poder, un enfrentamiento permanente entre ellos y nosotros. A veces, ni los más finos estilistas logran distinguir entre ellos y nosotros. El nacionalismo siempre es moderado, casi imperceptible en sus ideas, y radical y extremista en sus formas, como corresponde a una ideología vacía de ideas, que toma ideales prestados, de izquierda o de derecha, a quien corresponda en cada momento. El nacionalismo es lo que hoy llamaríamos centrismo.

Y ya saben que para conocer al moderado, al centrista, al hombre público sensato, no hay anda más que seguir la definición: el moderado es el hombre que lucha por la humanidad pero no soporta la compañía de un hombre más allá de 24 horas. Especialmente si le lleva la contraria.

Los nacionalistas, por muy inflamados que nos parezcan, siguen siendo aquellas personas que Chesterton definía de la forma que resultaba, para él, más insultante de todas: bebedores de agua.

¿Que el nacionalismo catalán ha llegado a su techo? Hay que ser ingenuo.

Eulogio López