Ha muerto José Joaquín Sancho Dronda. Fue presidente de Ibercaja, de la entonces poderosa Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA) y del entonces sobresaliente Instituto Internacional de Cajas de Ahorros.

Maño, educado, pero de fortísimo carácter. Velaba yo aras periodísticas en Zaragoza cuando fui a verle y le pedí un análisis de la economía española de aquel entonces. Me respondió con una sola palabra:

-Atonía.

Me molestó tanto laconismo, pero luego reconocí que era un buen resumen.

Sancho Dronda pertenece a aquella saga de banqueros antiguos que almorzaban en su casa y que se llevaban a casa los expedientes de crédito, que trabajaban más y se reunían menos que los de ahora.

No viajaban a Fráncfort ni falta que les hacía. Sí, se sabían importantes pero tenían vocación de servicio. El oficio de banquero, viejo como el mundo, consistía en evaluar el riesgo de darle un crédito a alguien para montar un negocio o comprar su casa, y adivinar si sería capaz de devolver el dinero. El banquero de antes evaluaba el riesgo, a veces acertaba y a veces erraba; el de hoy no valora el riesgo sino que lo evita a costa de diluirlo. El crédito se ha islamizado. La ganancia ya no está en los intereses sino en las comisiones. Como el Corán prohíbe la usura, los musulmanes llaman comisiones a los intereses (se quedan tan panchos), que son menos remisas y más nocivas para el prestatario. En cualquier caso, aquellos banqueros, como Sancho Dronda, que se llevaban los expedientes a casa ni diluían el riesgo ni diluían las responsabilidades. Lo que sí diluían era su salario.

Eulogio López

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