Acudo al tanatorio madrileño de la M-30, por la muerte del padre de un compañero.

Uno espera encontrar una ambiente de serenidad y luctuoso respeto, pero al parecer esa es una actitud anticuada. Lo primero que me echo a la cara es una de las pruebas de la modernidad: el negocio. La organización es tan eficiente que me entregan un folleto donde me explica con todo lujo de detalles dónde puedo comprar flores. Una inversión como otra cualquiera.

EL luctuoso silencio se ha convertido en vital algarabía, pero por encima de todo se dejan ver en la enorme cristalera las legítimas reivindicaciones del sindicato UGT sobre la privatización de la funeraria, con epítetos fuertes, diría rotundos, sobre el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, como todos ustedes saben uno de mis personajes favoritos, lo que me produce un dolor especial y seguramente innecesario. Pero se trata del segundo síntoma de la modernidad: la cultura de la queja.

Los velatorios están alineados en dos enormes filas, y todo parece preparado para que puedas cumplir con el luctuoso protocolo sin necesidad de ver al muerto, algo que debe ser evitado porque ni hace moderno ni el rostro de la muerte resulta un paisaje de Turner. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, que es lo moderno, tan moderno como la vieja copla: Cuando pienso muy de veras que me tengo que morir, en la cama que me tumbo y me jarto de dormir. Lo digo en serio : cuando expreso mi deseo de ver al difunto me miran con una mueca del profundo desagrado que provocan las mentes enfermizas y morbosas. Explico que es para rezar ante su cadáver, y entonces las expresiones se tornan más indulgentes: está claro que no es un morboso, sólo un infeliz. Henos ya ante el tercer síntoma de la modernidad: ocultemos la muerte. Un hombre progresista no desea ni ver morir ni ver al muerto. El lánguido latido del poeta, Dios mío, que solos se quedan los muertos, adquiere su expresión máxima. Los vivos, por el contrario, son fácilmente distinguibles en discretos grupos de a treinta.

La cosa va rápida porque la industria funeraria, pública y privada, debe buscar ante todo, la cuarta nota de la modernidad: la eficiencia. Por eso se han suprimido las misas de cuerpo presente, al menos en Madrid. Ahora los funerales se celebran en el Tanatorio y molan mazo.

Así que salimos hacia el cementerio de la Almudena, donde no se le dará tierra, sino que se procederá a la cremación. No se lo he preguntado, pero intuyo que el proceso por el que te entregan un frasquito con cenizas, debe de ser harto emocionante.

Eso es lo de menos. Llegamos al camposanto y nos situamos delante de las cortinitas donde después de lo que uno, imbuido de arcaicas teorías, esperaba el rezo de un responso, nos situamos ante el féretro, flanqueado por unas cortinas moradas, monísimas. En ese momento, confieso que lo he vivido, contemplo la cuarta condición modernista: cuidad el cuerpo, que es lo que tenéis más a mano. Y allí, en el camposanto de la Almudena, observo como un maromo practica el footing por los pasillos e las interminables hileras de tumbas y cruces. No es coña. Una de dos, o el susodicho, un yupi cuarentón, tiene muchos finados aparcados en la Almudena y poco tiempo para visitarlos o ahí hay algo que falla. Pero, quinto síntoma de la modernidad, nadie se extrañó, o al menos nadie aparentó a hacerlo. El quinto síntoma, son los respetos humanos, claro está. Quiero decir, que si alguien hubiese aparecido en pelota picada, hubiera abierto una tumba y se hubiera depositado dentro, la gente miraría hacia el Cielo o, en el mejor de los casos, buscaría la cámara oculta para Vídeos de Primera.

Aparece el Sacerdote, con alba, sin estola, que tampoco hay que pasarse, y canoniza al difunto. Nos dice que está en el Cielo, porque, quinto síntoma de la modernidad, también conocido como teología accesible, es sabido que el Infierno está vacío.

Quiero decir que el buen cura no nos habla del Día de la Ira, o de los posiblemente necesarios sufragios. Nada, el buen hombre se ha ido derecho al cielo, síntoma claro de beatificación inmediata. Y lo dicen profundos expertos: El Infierno está vacío, afirmación enorme ante la que caben dos respuestas. Primero : si el infierno está vacío, hay que concluir que Hitler está en el Cielo ¿Dónde si no? Y lo que es mucho peor: George Bush también se irá al cielo. Otra reopuesta, mucho más castiza es la de un amigo mío, agnóstico perdido, que cuando oye eso de que el infierno está vacío se promete a sí mismo no ingresar jamás en las filas de los creyentes: Lo que me faltaba me comenta- a todos los hijos de p. que he evitado en este mundo me los voy a encontrar en el Cielo. Hasta ahí podíamos llegar.

Tras las súbita canonización, el cura anima a los presentes a rezar un padrenuestro, y he aquí la sexta nota de la modernidad, descubro con gozo que al menos el 50% de los presentes se sabe el paternóster todo entero. No es mal porcentaje. Ahora, lo que se lleva no es rezar por el difunto sino recitar una poesía, que como suelen ser compuestas por alguno de los presentes, siempre es en verso libre. Y esta es la nota moderna: cambiar la ética por la estética. Y si sale con barba, San Antón, y si no

Por último se cierran las cortinas, y le dan calor al finado. Hemos desacralizado la muerte, que es tanto como desacralizar la vida. Hemos conseguido que los vivos mueran inconscientes, no vaya a ser que se planteen el final, y ahora estamos consiguiendo que los sobrevivientes no vean la muerte y vean más bien poco al muerto.

Esto marcha.

Eulogio López