Sr. Director:

Ahora que algunos vuelven a plantearse la eutanasia como morir dignamente, yo me hago la siguiente reflexión. Morir dignamente, claro, eso deseamos todos, de ahí partimos. El hombre tiene un miedo natural a la muerte. Para el cristiano esta no marca el final de la existencia, sino el inicio de una vida perdurable y feliz, felicísima, en el mejor de los casos-. También deseamos vivir dignamente. A esas personas que desean para sí la eutanasia hay que ayudarles más bien a vivir dignamente, dentro de su inmenso dolor. ¿No podríamos hacer cada uno más, en primer lugar si son familiares, por hacerles la vida más amable? Seguro que se nos ocurren cosas, desde el cariño, el servicio, los detalles pequeños, pero que son grandes en el fondo.

Una persona no es dueña de disponer de su vida, aunque suene paradójico. La razón y la fe, claro- nos hablan de un ser supremo, que sí dispone de ella, y permite o tolera situaciones dolorosas y tremendas, que al hombre le cuesta aceptar. Recuerdo ahora toda la enseñanza del Siervo de Dios Juan Pablo II en torno al dolor: entre otras cosas, ese dolor redunda en nuestro bien, ya en esta vida, si se lleva bien, y después en la otra. Ayudar en lo posible a bien vivir a esas personas, a mitigar su dolor: ahí hemos de dar la batalla.

Fernando Díez Gallego

fdiez06@yahoo.com